APUNTES SOBRE EL ODIO
“Dejen de
agredir. Dejen de quemar. Dejen de mentir. Y sobre todo,
¡dejen de
odiar a este país!”
Waika, la
respondona
Maria
Centeno, Ciudad Caracas, 23 de febrero de 2014
Sí, hay
odio en las voces de quienes protagonizan los sucesos violentos que nos han
conmovido a partir del 23 de enero, cuando unos personajes decretaron que había que incendiar las calle buscando la
salida de un Presidente legítimo y constitucional y de su gobierno: “Cubanos, váyanse
a la mierda”, “A este pueblo no le gusta sino la mierda”, “Monos”, “Malditos
chavistas de mierda, los mataremos a todos”, “Asesinos, cobardes. jalabolas de
Maduro”, este último improperio dirigido a soldados de la Guardia Nacional.
Hay
odio en las palabras de las pancartas que se levantan en marchas y guarimbas:
“El chavismo es ignorante, ciego, violento, manipulado”, “El país no necesita
licencia de quinta sino licenciatura de primera” (refiriéndose sin duda al
Presidente).
Hay
odio en las acciones que destruyen edificios de instituciones públicas o
privadas, autobuses, estaciones del
metro.
Hay
odio en los alambres de púas, en los clavos regados en las calles y ahora, como
nueva modalidad, las guayas, capaces de decapitar.
Sí, hay
odio manifestado abiertamente una y otra vez, desde hace 25 años, exacerbado hoy cuando la violencia
destructiva de quienes se consideran con el derecho a destruir, a desconocer, a
buscar un atajo no democrático, sale a las calles una vez más.
El odio
es más que una emoción, aunque mantiene una de sus características, la de
mover. No es mera descarga de agresividad. El odio es la expresión de la
pulsión de muerte. Todos y todas podríamos decir que se está contra el odio,
por eso no es fácil saber de qué se
trata y en qué concierne a uno o una misma.
Podríamos
pensar en que hay dos clases de odio. Aquel que surge en el sujeto porque se
siente privado de algo (real o imaginado), es el sentimiento de fracaso que
invade la vida, de haber sido atropellado, tratado injustamente. Estos
sentimientos justifican muchas veces el odio contra el mundo, que termina por
consumir a quien lo porta, pero que también, cuando es bien manipulado
desde afuera, puede cristalizar en acciones violentas, muy
dañinas contra personas y cosas.
El otro
tipo de odio, el que invariablemente
hace mucho daño y no conoce la culpa, es por ejemplo, el odio del racista. Una
conversación sostenida por unos jóvenes en una panadería del este de Caracas,
que sin duda venían de las “protestas”
en la zona, ilustra esta forma del odio.
Ellos discutían acaloradamente sobre si el joven motorizado Elvis Durán,
asesinado la noche del viernes 21 de febrero en el sector de Horizonte, Ave. Rómulo
Gallegos, debió haber visto o no la guaya que lo mata, cuando intentó pasar por
la barricada, y además, por qué este
muchacho, que venía de un día de trabajo, no se había detenido al ver la guarimba. En
todo caso, la culpa era del joven y nunca expresaron de alguna forma el horror
por el hecho, y/o apuntaron a señalar
alguna responsabilidad de quienes extendieron
y sostuvieron esa guaya.
En este
tipo de odio se trata de un odiar lo que no se soporta del Otro, su manera de
vivir, su forma de ser, su forma de gozar; es algo más que no soportar la
diferencia. Diría que va más allá de la
lucha de clases. Implica una forma de idealizar las propias condiciones de vida
y de ser y hacer, y de rechazar violentamente otras maneras de vida, del ser, del
disfrute y las costumbres. En fin, se trata de una intolerancia al ser del
Otro, y que lo suyo particular no es el todo, que hay algo que se les escapa y
el Otro lo tiene. Esto es lo intolerable y lo que hay que atacar. Lo increíble,
en el caso venezolano, es que los que lanzan los improperios e injurias son
quienes han sido los privilegiados en el devenir social.
Frente
a esas manifestaciones del odio, ¿qué nos queda, cuando el amor nos ha sido
sembrado en la forma del discurso y la acción
durante 15 años de este proceso bolivariano? Tengamos conciencia que la
intolerancia no nos quite la confianza, la paciencia y la esperanza.
María Antonieta Izaguirre
Psicóloga Clínica
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