MANIPULACIÓN, MENTIRAS, TORPEZA Y FASCISMO: Una breve y trágica historia de la MUD y su líder Henrique Capriles.Parte II



A medida que pasó el tiempo, el gobierno del Presidente Maduro se fue organizando y consolidando y también poco a poco el chavismo fue recomponiéndose. Pero de todos modos la presión interna no cesó y así se declaró la guerra económica por todos conocida, integrada con una guerra psicológica cuyo objetivo fundamental era, por un lado, debilitar y desmoralizar al chavismo y, por otro, acentuar y profundizar el sentimiento de rabia y rechazo hacia el gobierno por parte de las personas opositoras. Se multiplicaron los rumores, junto con las mismas declaraciones de Capriles y los dirigentes de la MUD, todo ello acompañado de los mensajes negativos y manipuladores permanentes de los medios de comunicación. En ese contexto, Capriles y la MUD convocaron a varias movilizaciones a protestar por el alto costo de la vida, contra el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de uno de sus diputados acusados de corrupción, en contra de la ley habilitante, todas y cada una de ellas con gran respuesta en las redes sociales aunque con escasa participación en la calle.

Poco a poco, las elecciones del 8 de diciembre se fueron convirtiendo en el objetivo principal para la oposición y comenzaron a proponerla como una suerte de plebiscito del gobierno, lo cual era en sí mismo una burda manipulación de un evento electoral cuyas consecuencias no guardan relación alguna con la vigencia ni legitimidad del gobierno central. Sin embargo, este disparatado planteamiento es en realidad poco en comparación con lo que significó el inmenso descaro de parte de Capriles y de la MUD de inscribir a todos y todas sus candidatos y candidatas en un proceso electoral a cuyo árbitro no solamente no reconocían, sino que se habían encargado de desacreditarlo dentro y fuera del país, responsabilizándolo del supuesto fraude de las elecciones presidenciales de abril 2013. Lo lógico hubiera sido ofrecer alguna explicación que aclarara porqué ahora creían en el CNE y mostraran los argumentos que habían propiciado semejante cambio de actitud o bien debieron haber admitido que las dudas y los argumentos que expusieron en abril estaban errados.

Pero lo cierto del caso es que ni Capriles ni ningún dirigente de la MUD ofreció explicación alguna sobre este comportamiento algo más que contradictorio: en términos psicológicos parece un rasgo disociado aunque en realidad, sabemos que se trata de un descaro fuera de toda proporción. Simplemente se inscribieron y animaron a su gente a votar, argumentando que el 8 de diciembre demostrarían que ellos eran mayoría y de ahí en más, todo quedaría servido para exigirle a Maduro, ahora sí, su renuncia inminente. Es posible que esta narración peque de simplista pero creo sinceramente que el razonamiento que siguió Capriles y la dirigencia de la MUD fue así de elemental y metió a la opción opositora en un verdadero callejón sin salida, convencidos tal vez que lograrían una mayoría tan abrumadora que les permitiría pasar automáticamente a su verdadero plan de desestabilización empujando a su gente a las calles a exigir la renuncia del presidente. Jamás contemplaron la posibilidad que la Revolución ganara esas elecciones y el plebiscito se tornara en contra de la misma oposición. Jamás sabremos tampoco en qué se basaron para llegar a esta anticipada y desatinada conclusión.

En el devenir de esta última campaña, Capriles volvió a erigirse como el líder máximo de la oposición y así se dedicó a viajar por el país, combinando estos viajes con alguna actividad internacional para continuar la campaña de descrédito del gobierno venezolano en el exterior. En este lapso de tiempo, prácticamente terminó por abandonar su cargo de gobernador del Estado Miranda (para lo cual lo habían elegido) dedicándose exclusivamente a dirigir una campaña que no tenía otro contenido que no fuera promover el voto para plebiscitar al gobierno. Su tono amenazante y su discurso agresivo fueron persistentes,  y una vez más, no mostró propuesta alguna. También aprovechó algunas situaciones para generar confusión y manipular algunos sentimientos, como fue el caso del fallecimiento de Nelson Mandela, al que se refirió como “un gran líder por quien sentía admiración”, obviando la enorme contradicción que existe entre la propuesta ideológica de Mandela y  el modelo de la derecha así como también pasando por alto que la causa de Mandela fue apoyada firmemente por la Revolución Cubana y su líder Fidel Castro, figuras contra las cuales Capriles se ha expresado en forma permanente. Parecía que a estas alturas, el descaro era casi su única estrategia.

Llegó el 8 de diciembre y la oposición sufrió una derrota contundente desde todo punto de vista. Una vez más, la esperanza de los y las opositores se vieron frustradas no solamente por haber obtenido una proporción muy baja de alcaldías, sino y fundamentalmente, por haber visto como el carácter plebiscitario que torpemente Capriles y la dirigencia de la MUD habían propuesto, se volvió ahora necesaria y lógicamente  en su contra. Además, en este contexto, ya no fue posible volver a argumentar el fraude pues aunque la proporción de victorias de la oposición a nivel nacional fue baja, no tendría ningún sentido dejar de aceptarlas bajo un nuevo supuesto fraude. En la noche del 8 de diciembre, vimos a un Capriles argumentando que había “un país dividido” (no sugirió siquiera que ellos tenían la tan mentada mayoría). Esgrimió algunos argumentos erráticos acerca de los resultados concretos de las elecciones, aludiendo a que “a esta hora de la noche no vamos a ponernos a sacar cuentas y números y proporciones” (obviando que durante toda la campaña hizo énfasis en la necesidad de contar todos los votos,”uno por uno para demostrar que somos mayoría” tal como lo exigió en las elecciones de abril) y afirmando que aquí “lo que importa es que el país no tiene dueño” (obviando que la importancia fundamental en ese momento era explicar lo qué había ocurrido). A su increíble descaro, Capriles sumó aquí una torpeza francamente difícil de creer (aunque no fue la primera vez que daba cuenta de ello) al mostrarse frente al país como un sujeto absolutamente elemental e incapaz de articular argumentos medianamente congruentes con la situación.

No debió ser nada fácil, para los sectores opositores que lo veían a esa hora de la noche, asimilar y entender, en pocos minutos, como llegaron desde aquel 14 de abril hasta este momento del 8 de diciembre para escuchar que, después de tanta zozobra, tanta intranquilidad, tanto temor y rabia inducida, tantos rumores, tanto anuncio que aseguraba que el chavismo había terminado, tanta campaña internacional que garantizaría una presión tal que el ilegítimo Maduro tendría que renunciar, tanta promesa y garantías que todo conducía a que este gobierno se terminaría y retornaría la felicidad y la paz, tanto argumento desacreditando al CNE, tanta expectativa acerca del plebiscito infalible de estas elecciones municipales que mostraría una clara mayoría opositora todo se traducía, al fin y al cabo, en el 72 % de alcaldías logradas por el chavismo y casi 12 puntos porcentuales de ventaja sobre la oposición en la votación nacional. Frente a ello, el líder Capriles cerró su alocución expresando que “aquí nadie se tiene que sentir derrotado”. (!) Una vez más, ni Capriles ni ningún dirigente de la MUD asumió responsabilidad alguna por esta derrota, la cuarta consecutiva que le propina el chavismo en algo más de 1 año.

Lo cierto es que fueron largos meses de guerra sostenida como tal vez nunca se vivieron, tiempo en el cual todos, chavistas y opositores, fuimos sometidos a la zozobra permanente y donde todos sin excepción, sentimos la paz permanentemente amenazada. Promovieron en su gente el miedo, la rabia, la incertidumbre y la desconfianza. Los forzaron a creer en cosas que luego desestimaron para luego volverlas a retomar, en un juego macabro e insano donde la verdad de hoy sería mentira mañana y la mentira de ayer volvería a ser verdad más adelante. Nuestra convivencia se fracturó aún más de lo que ya estaba y se distanciaron las posibilidades de dialogar con una gran parte de la población que cree firmemente que vive en un infierno y en la peor de las dictaduras; que está convencida que la Gran Misión Vivienda Venezuela es la “Misión Maqueta” y que los nuevos urbanismos que se están construyendo se derrumbarán en cualquier momento; que cree que los satélites “Bolívar” y “Miranda” explotaron; que  creyeron que el cáncer que Chávez anunció que padecía era falso y solo lo hizo para manipular al pueblo y ganar apoyo; que asegura que el Presidente Maduro es ilegítimo y además que nació en Colombia; que los médicos comunitarios son poco menos que aprendices que no saben ni poner una curita; que todos los chavistas son corruptos e incapaces; que se niega a reconocer absolutamente nada positivo de lo que haga el gobierno y llega a justificar, incluso, que los especuladores y usureros impongan sobre-pecios del 1000 % y mucho más.

Y ahora, cuando se vieron derrotados por un pueblo que mostró su fuerza el 8 de diciembre y ganó las elecciones municipales y también el plebiscito que ellos mismos propusieron, Capriles dijo que “aquí hay un país dividido que clama por un diálogo”. No lo escuchamos hablar de diálogo en abril pasado ni tampoco durante estos meses de pesadilla. Por el contrario, él y la dirigencia de la MUD sembraron el odio y dejaron tras de sus macabras estrategias, 11 muertos y un amplio sector de la población envenenado, desesperanzado y con altísimos niveles de rabia y frustración, lo que representa un daño social y psicológico casi imposible de estimar y muy difícil de reparar.

Ni Capriles, ni ningún dirigente de la MUD, ni ningún medio de comunicación han dicho nada al respecto ni han asumido responsabilidad alguna. Tampoco han dicho nada otros actores sociales, políticos y religiosos que podrían elevar alguna crítica respetable frente a estas estrategias insensatas que casi terminan por generar una inmensa tragedia en nuestro país; sin embargo, guardan un inexplicable silencio. Mientras tanto, el pueblo chavista y sus dirigentes, esos a quienes los prejuicios de clase y la más insensata y mezquina estrategia jamás vista quiere hacerlos aparecer como los incultos, los bárbaros, los irracionales, se recuperan de la pérdida del Comandante Eterno y trabajan para consolidar su legado.

Ms. Fernando Giuliani
Psicólogo Social

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