LA VIOLENCIA EN LAS MARCHAS OPOSITORAS Y EL MITO DE LOS “COLECTIVOS INFILTRADOS”






“!!Que a nadie agarren por inocente!! !!Acá todo el mundo sabe que la violencia en las marchas las produce el gobierno y los colectivos infiltrados!! !!Ya no engañan a nadie!!  Nosotros rechazamos toda violencia, ni una piedra aceptamos en nuestras marchas!!!” Así se expresaba o, más bien, vociferaba y gritaba Henrique Capriles frente al micrófono de su programa transmitido vía internet hace pocos días atrás. Con ello lo que Capriles está sosteniendo y afirmando, al igual que lo hacen todos los líderes opositores, es que la oposición tiene como principio fundamental la lucha pacífica, que ellos son incapaces siquiera de lanzar una piedra y que cuando hay violencia en sus marchas, ellos no tienen nada que ver con eso, sino que es el gobierno que infiltra a sus “colectivos violentos” para que generen violencia.

Seguramente que ante este mensaje, sus seguidores, quienes naturalmente creen en su líder, no hacen sino confirmar con absoluta seguridad y certeza (la misma con que se expresa Capriles) todo lo que creen acerca de sus luchas pacíficas y todo lo que creen acerca de la dictadura y la represión que ejerce el gobierno. De igual modo lo recibirán los cientos de miles que lo ven fuera de nuestras fronteras, quienes junto con este mensaje, están recibiendo a diario un verdadero bombardeo de información que repite incansablemente terribles acusaciones a la violencia represiva desatada por el gobierno frente a una oposición democrática que no hace otra cosa que luchar pacíficamente y que rechaza todo tipo de violencia.

Esa aceptación acrítica de esta versión de los hechos resulta bastante comprensible al observar que ese bombardeo mediático  está construido, al igual que un mensaje como el que ponemos de ejemplo, están construidos específicamente para  estimular los aspectos emocionales más elementales como la rabia y el miedo. Por eso es que Capriles usa (y abusa) del grito y la gesticulación, apuntando en forma directa a promover ese tipo de sentimientos en quién lo ve y lo escucha. Luego, sobre esa base emocional, se agrega el contenido de información que señala al gobierno como el responsable de la violencia en las marchas y deslinda a la oposición de toda responsabilidad. Así, en menos de dos minutos, Capriles decreta “como son las cosas”: la violencia en las marchas opositoras es responsabilidad del gobierno porque las infiltra con “colectivos violentos”; la oposición es pacífica; el gobierno es violento. Si a eso le sumamos que también responsabilizan al gobierno por la represión, entonces la conclusión es aún más contundente: la oposición es pacífica y rechaza todo tipo de violencia; el gobierno infiltra sus marchas con colectivos violentos y, además, el gobierno los reprime violentamente con la policía y la guardia nacional. El resultado es un sentimiento generalizado en la oposición de rabia, temor, rechazo y todo tipo de descalificación hacia el gobierno y hacia el chavismo, actores a los que le atribuyen las más perversas intenciones y a quienes consideran capaces de los actos más bárbaros e infames. Dentro de todo ello, desde luego, reciben especial “tratamiento” los colectivos chavistas así como lo fueron en el pasado los círculos bolivarianos o los consejos comunales.

En ese sentido, parece no importar si la realidad reafirma o niega estas representaciones en torno a los colectivos ni tampoco parece existir interés alguno por analizar con ponderación el problema de la violencia en las marchas opositoras. Así, los dirigentes opositores repiten en forma persistente esta versión y buena parte de sus seguidores se convencen cada día más que, en efecto, los “colectivos infiltrados” son los responsables de la violencia de sus marchas.

Vale la pena entonces someter el asunto de la violencia de las marchas opositoras y la presunta infiltración por parte del gobierno  a algunas consideraciones más racionales que emocionales para ver qué ocurre.

En principio, resulta bastante difícil de creer que un grupo de 20 o 30 personas (ese es más o menos el número de personas que llevan adelante los actos violentos en las marchas opositoras) puedan aparecer de repente dentro de una marcha sin que nadie se percate de su presencia. Pero aceptemos momentáneamente que sí, que tal vez utilizando sofisticados modos de organización estas 20 o 30 personas se “camuflaron” en una marcha y ahora ya están integrados a los marchantes sin que nadie los detecte; hasta ahí, aunque haciendo un cierto esfuerzo de extrema voluntad, pudiéramos aceptar que tal cosa puede ocurrir y nadie se ha dado cuenta. Pero en algún momento, estas personas que se infiltraron y marchan junto al resto, se enfundan capuchas, se colocan aparatosas máscaras anti-gas y comienzan a construir barricadas, a elaborar bombas molotov y otros preparativos de obvia intencionalidad violenta. Ese sería el momento propicio para que una muchedumbre que comparte fervientemente un espíritu pacífico y que rechaza de manera absoluta todo tipo de violencia, reaccionara alarmada e indignada y, al grito de “!!! Aquí están los colectivos chavistas infiltrados !!!!” procediera inmediatamente a neutralizarlos e incluso, reducirlos y entregarlos a las autoridades. Ni eso ni nada parecido ha ocurrido nunca en ninguna marcha opositora.

El asunto no se queda ahí; luego que ya han mostrado abiertamente quiénes son y cuáles son sus intenciones, sin que nadie de la marcha opositora hiciera nada para detenerlos, pasan a la acción y comienzan a actuar en forma decididamente violenta: tumban postes de alumbrados, arrancan defensas de las vías y las autopistas, arrancan troncos de árboles, remueven alcantarillas, trancan las vías, arrojan las bombas molotov a la guardia, a la policía, a instalaciones del metro o a cualquier dependencia del gobierno, arrojan piedras, entre otros actos que muestran una altísima carga de violencia y destrucción. Tampoco ante estos actos, en ninguna marcha, nadie de la oposición ha intentado controlarlos ni tampoco estos actos  han generado la retirada de la marcha de aquellos que creen en la lucha pacífica y rechazan todo tipo de violencia. Todos permanecen allí mientras que estas personas continúan actuando bajo estos patrones de violencia.

Cabe entonces preguntarnos: ¿Es razonable creer que estas personas puedan infiltrarse en forma inadvertida en una marcha opositora? ¿Por qué, si la oposición está convencida que el gobierno intentará infiltrar sus marchas no toma extremas medidas de seguridad y alerta a todos y todas para que estén atentos ante cualquier signo de tal infiltración por parte de los “colectivos violentos”? ¿Por qué cuando estos “infiltrados” se muestran claramente ante los ojos de todos los que marchan nadie los señala, nadie se atemoriza, nadie se indigna ante la presencia de tan temida presencia dentro de esa marcha? ¿Por qué en esos momentos no son denunciados inmediatamente por quienes están dentro de la marcha?  ¿Por qué cuando estas personas muestran claramente sus conductas violentas nadie intenta detenerlos o cuando menos no los abuchean mostrando su rechazo? ¿Por qué no se retiran de las marchas y los dejan solos? ¿Cómo es que personas que rechazan de manera tan vehemente la violencia no reaccionan de algún modo cuando tienen ante sus ojos a individuos que inequívocamente están provocando violencia?

Por otra parte, vemos como casi todos los actos de violencia que han ocurrido en el marco de las marchas opositoras han tenido lugar en el Estado Miranda y en los municipios Chacao y Baruta. Sobre las autoridades de estas entidades recae buena parte de la responsabilidad del control que se debe ejercer sobre estas marchas y son ellos quienes deben garantizar el apego a las normativas establecidas para que los ciudadanos y ciudadanas ejerzan su derecho a manifestar en forma pacífica y sin afectar el derecho de los demás.

Además, si asumimos por un momento que cada vez que haya una marcha opositora el gobierno intentará infiltrarla con sus colectivos para que ellos desaten la violencia y así inculpar a la oposición, cabe nuevamente preguntarnos algunas cosas: ¿Por qué la policía del Estado Miranda nunca actúa ante estas circunstancias? ¿Por qué cuando se atenta contra instalaciones públicas y dependencias del estado en Chacao y en Baruta, las policías de estos municipios nunca aparecen? ¿Por qué si este gobernador y estos alcaldes, todos líderes opositores, están convencidos que el gobierno intentará infiltrar sus marchas, no activan un plan de inteligencia que permita desarticular estos grupos? O mejor aún ¿Por qué nunca han capturado a ninguna de estas personas y demuestran que forman parte de los “colectivos violentos del gobierno”? ¿No sería esta una prueba contundente que aportaría una gran credibilidad para la oposición? Entonces, ¿Por qué no lo hacen? ¿Será acaso tan difícil, para la policía de Miranda o para la policía de Chacao y de Baruta, identificar, vigilar y capturar a estas personas que operan en sus propios territorios?

Pero aquí también surgen nuevas reflexiones: las fuerzas del orden que dependen del gobierno ciertamente han hecho su trabajo y han capturado a varios de estos personajes que generan violencia en las marchas opositoras, a quienes  ponen a la orden de la justicia. Frente a estos hechos, cabe entonces también preguntarse: ¿es creíble que personas afectas al gobierno se presten para infiltrar marchas opositoras y, al mismo tiempo, estén dispuestas a correr el riesgo de ser capturados por el mismo gobierno a sabiendas que éste los pondrá a la orden de la justicia? ¿Qué extraño nivel de fanatismo o disociación podría generar tal conducta? Y hay más sobre lo cual preguntarse: ¿Por qué cuando estas personas son puestas a la orden de la justicia, para la oposición ya no son “infiltrados del gobierno” sino “estudiantes pacíficos”?

Pues bien, el tema da para mucho más y requiere asumirlo con máxima ponderación, mucho raciocinio y con un alto control emocional. Hacernos estas y otras preguntas nos ayudarán a refkexionar sobre la veracidad del argumento que explica la violencia que acompañan las marchas de oposición a partir de la infiltración de “colectivos violentos” por parte del gobierno. Con ello, cuando menos, podemos someter a la prueba de la razón a estos mensajes que con mucha superficialidad y nada de ingenuidad, hacen líderes opositores en torno a temas tan delicados y complejos. Alguien no dice la verdad aquí y es necesario aclararla para que no vaya a ocurrir lo que anuncia la primera frase de Henrique Capriles con la cual encabezamos estas líneas.

Mg. Fernando Giuliani
Psicólogo Social



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