PANDEMIA, CUARENTENA E IGLESIA


De la caridad y la solidaridad



Las situaciones que nos han tocado vivir en los últimos años, se ven ahora incrementadas en dificultad por la cuarentena. El distanciamiento y aislamiento físico, enmascarado e higienizado, permite pasar y hablar más tiempo con uno mismo. No es un hecho inusual el que recurramos a nuestros recuerdos, a nuestras memorias y a su vez, a nuestras experiencias previas para entender un poco todo lo que está sucediendo, todo lo que estamos sintiendo y cómo estamos reaccionando.

Fui formada desde la primera infancia y durante 11 años en una escuela católica de las hermanas Carmelitas. Por lo cual, fueron mis monjitas y el movimiento carismático, de la década de los 70 del siglo pasado, quienes me enseñaron las prácticas de esa religión.

En este momento, ante algunos episodios que sólo se pueden catalogar de miseria humana, pude recordar que para mis monjitas lo importante de la caridad cristiana, que para mi suerte la mayoría de ellas entendía desde una posición de solidaridad - aunque ciertamente algunas pocas desde una posición de superioridad-, hacia los más necesitados era brindar apoyo a quienes sufrían o pasaban por situaciones difíciles en un momento determinado.

Recuerdo a una de ellas hablar de la importancia de compartir desde la igualdad, de reconocer que éramos privilegiadas y que nuestros privilegios debían ser valorados y usados para apoyar a los otros.

Que diferencia tan abismal entre ese discurso cristiano y católico con el de cierta jerarquía eclesiástica que niega su esencia, niega su historia, niega su ser, cuando un monseñor de la iglesia católica venezolana rechaza la solicitud de abrir las instalaciones para la atención de las personas contagiadas en esta pandemia.

Para ese tipo de personajes, así como para los poderosos y sus justificadores economistas, es asistencialismo populista apoyar a los desvalidos mientras que es rescate justo cuando los recursos se dirigen a ellos.

Viendo que hay sectores que, desde esa posición de la avaricia y el egoísmo, se niegan a aprender y reflexionar lo que nos enseña esta pandemia, recordé que la iglesia católica históricamente, no sólo en la edad media, no sólo en la pandemia de la primeras décadas del siglo pasado, sino aún hoy, en otras partes del mundo, asume su vocación solidaria, de vanguardia en este mundo postmoderno, de atención, de cobijo y de protección a los enfermos y a los contagiados, abriendo sus espacios para acogerlos y atenderlos.

La posición de una jerarquía que se creen de verdad príncipes “reales” me resultó tan chocante, en especial cuando ese monseñor expresó que no son ellos los llamados a darle la mano solidaria a quienes se contagian e incluso amenazó con una conmoción social si se les obligaba a hacer lo que históricamente la iglesia católica ha hecho, pero sí calló cuando se anunció y se concretó el arregló y rescate de unas cuantas edificaciones de su ámbito.

Es una posición chocante porque expresa ese deterioro moral ético de la arrogancia, que ni se preocupa por las apariencias por aquello de mostrarse coherente con lo que se predica. Chocante porque no sólo señala la pérdida de algún rumbo útil para la humanidad de una institución histórica, sino de una parte nada despreciable de la humanidad que les sigue. Pérdida de rumbo, ya adelantada, por los numerosos escándalos de acumulación de riquezas; por sus complicidades con el poder económico en contra de los aquéllos sanos, por decirlo de alguna manera, que en diferentes partes del mundo, fueron y son perseguidos y acosados por su defensa a los humildes; por su alianza con los poderes más siniestros, genocidas y asesinos; por los casos dantescos de pedofilia.

Si algo nos está enseñando esta pandemia es la verdadera condición moral de muchas instituciones, figuras, personajes y personas. De esta pandemia, estoy segura que saldremos fortalecidos los seres humanos humildes, sensibles y conscientes de las señales que nos da la naturaleza para poner nuestro mayor empeño en construir el otro modo posible de ser y estar en el mundo.

Mientras, roguemos porque los verdaderos miserables encuentren el camino para abandonar sus miserias.

Isaliv Matheus Spíndola
Psicóloga
Caracas 30 de julio de 2019

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