¡QUÉ ABURRIMIENTO!



MADRES, PADRES EN CUARENTENA
Los adultos recordamos,  entre muchas otras cosas, momentos de aburrimiento en la infancia y adolescencia. Cuando escuchamos de los hijos o hijas la pregunta …..y qué hago ahora?, acompañada, claro está, con una cara de mártir,  podemos recordarnos haciendo esa misma pegunta. En estos tiempos de cuarentena cuando nos invade la sensación de un momento que no termina, si alguno de los niños  de la casa o un o una adolescente  nos dice: estoy aburrido/a, puede que resulte agobiante, incluso  llegamos asociar la expresión  con infelicidad o desdicha. Cualquiera sea la interpretación los adultos nos apresuramos a distraerlos, a buscarles un oficio.  Siempre nos asombraba en  aquellos momentos que no son  los de  ahora,  cuando el hecho de estar  en casa no era la obligación  asumida individual y colectivamente, los niños  podían pasar en un instante  de un juego exagerado al del aburrimiento. 

Los  adultos  también podemos sentir que el tiempo queda en suspenso, quizás sin la apasionada intensidad con la que se siente en la infancia y la adolescencia puesto que  el tedio es algo menos vehemente, más vago, más sutil. Hasta se teme estar o sentirse aburrido. Es un estado de humor que no queremos que acontezca.

Demos una vuelta por ese sentimiento de estar aburridos y mirémoslo  como una manera de  encontrarse consigo mismo.  El aburrimiento  es quizás una forma de anticipación suspendida que  puede durar unos instantes o  prolongarse  y  repetirse. En cualquier  caso, es un  tiempo en el cual parece que algo arranca pero nada comienza, acompañado de una inquietud difusa,  el de la espera de un deseo.

En sus Memorias, Alejandro Dumas, el mismo de Los Tres Mosqueteros, dice que era un niño aburrido hasta llorar. Cuando la madre lo encontraba llorando de aburrimiento  le decía:
-Porqué lloras Dumas?
-Dumas llora, contestaba ese niño de seis años, llora porque tiene lágrimas.
Así queda expresada la condición del tedio absoluto, que no deriva de la falta de compañeros de juego, o del poder hacer cualquier cosa.

Hay niños  y niñas que nunca se aburren, otros son incapaces de sentir algo  diferente. En esa confusión apagada, silenciosa, muchas veces irritable del fastidio, del aburrimiento el niño  se enfrenta a un recurrente sentido de vacío  desde el cual  un deseo puede cristalizarse. Por supuesto, él o ella  no reconoce eso como tal, y los adultos tampoco consideramos la posibilidad del desarrollo de la capacidad de estar a solas  en la presencia de otros, la madre, el padre, tal como  escribe  un psicoanalista, Donald Winnicott en su artículo La capacidad de estar a solas (1957). Queremos  que ese momento pase. En resumen la capacidad de aburrirse puede ser un logro en el desarrollo emocional y psicológico  en la infancia y adolescencia. En querer buscar el bien del otro u otra  los padres  no intentamos sostenerlo  en su aburrimiento.

Consideremos que en esos momentos  de la vida se está esperando  algo de sí mismo en una lucha entre la dependencia y la autonomía. El adulto, por otra parte, espera del chico o chica que se interese, que muestre su interés en tal o cual cosa, más bien, que sea el mismo  muchacho quien encuentre cual es su deseo, donde dirigirá su atención. En fin tomarse su tiempo. Al tedio se lo ve como una incapacidad y no como una oportunidad, una espera  para encontrar su deseo otra vez y a la espera de algo  que sostenga su atención. Es como cuando una camina  rápidamente por los pasillos de un museo, pasa, ve, una cosa y la otra hasta que algo capta nuestra  atención.

Entonces, demos tiempo y espacio al niño, a la niña al y a la  adolescente  que exploren  ese  modo de estar,  esas múltiples formas de los aburrimientos.  

María Antonieta Izaguirre
Psicóloga- Psicoanalista

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