ENTRE ORO, PLATA Y BRONCE




Estos juegos olímpicos deberían ser una fiesta mundial, de encuentros, de intercambio, de festividad, porque nos juntamos desde diferentes lugares del mundo para aplaudir el deporte, ¿qué mejor que juntarnos para jugar?, ver las alianzas de diferentes banderas, culturas y lenguas. Pero bueno, hasta la fiesta del deporte trae consigo las armas destructivas, como crear unas villas deportivas, que se piensan recrean la utópica felicidad que luego venden como modelo único de “bienestar”, donde la festividad tiene como margen esos rostros de televisión y una supuesta ficción: el descontento popular que no es televisado por la cadena Globo, quien tiene el control de los medios de comunicación en tamaño país. Una organización intercontinental como lo es el Comité Olímpico, que busca festejar el deporte y reproduce todas las dificultades que tenemos para una competencia realmente entre iguales, termina mostrando nuevamente las diferencias económicas entre países y continentes. Aunque el mismo ejercicio deportivo promueve esta energía de competitividad de iguales, tiene muchos huecos que intentan ser bien maquillados tras la alegría de una medalla.

Algunas consecuencia de estas Olimpíadas van en el orden de diseñar espacios deportivos con parámetros internacionales, pero a precio de la población regional, que se mantuvo en esos terrenos, en algunos casos de por vida, esos territorios que tenían una historia, ahora sobre ellos se escribe un texto “universal” de una ciudad deportiva para “todas y todos”, lo que recrea un espejismo que me hace recordar la felicidad de la propuesta de Disney. Hoy fue en Rio de Janeiro, pero este es el desprecio permanente que se ejerce desde la meritocracia y las políticas globalizantes, que desprecian lo local, regional, rural, etc.

El crear las villas deportivas trajo desalojos y el dinero invertido para condicionar la ciudad de Rio de Janeiro es una burla frente a las deudas que se tienen con jubilados y con los eternos sectores de servicios desatendidos, educación y salud. Pero es evidente que la mirada pública está fija ante las impecables condiciones que se muestran para las y los extranjeros que, trayendo su moneda, son los grandes protagonistas de éstas fiestas deportivas, en la tan conocida ciudad de Brasil. Todos los sectores que representan el poder, el financiero, el turístico, el político y los medios de comunicación, hacen fiesta y el pueblo amante del deporte aplaude, pero la verdad quienes gozan de engordar, esos que tienen intereses en papel moneda, no tiene mérito en ninguna categoría olímpica, pero son los grandes ganadores a la hora de cubrir intereses.

Describiendo el panorama, vienen a ser los juegos deportivos un nuevo reto para demostrar el poder aplastante de los países potencias. Una réplica de inversión y control de un sistema mundial, que se cristaliza haciéndose manifiesta en las competencias deportivas. Es a través del deporte que vienen a reafirmar los países el poder, las competencias pierden el sentido deportista y sólo se genera la contabilidad de medallas, la vergüenza de algunas naciones que se fueron sin una preciada de oro y los grandes victoriosos que van adelante solo por un vasta contabilidad en bronce, plata y oro: inclusive la muy bien clasificada Gran Bretaña, que se junta para estos eventos, bien astuta en su política. Esto también se evidencia cuando las medallas aún siendo iguales, generan un prestigio distinto conforme a la disciplina, entonces eso del valor de la medalla tiene sus categorías sociales, morales y finalmente financieras. Aunque obviamente el equipamiento que necesita una persona que veleja una embarcación a una persona que hace caminata olímpica, tiene una diferencia básica de espacio e implementos, entre lo que necesita un o una esgrimista con una o un competidor de natación, esto genera un valor diferencial del deporte, un rango de estatus, pero ese mismo rango no es cristalizado en el contaje de medallas. O sea, la lógica para una entrada al estadio no tiene relación con la lógica de un conteo medallista, es la misma norma de conveniencia, lo que es horizontal en algo, es vertical en otro y discurre de una forma natural en el discurso deportivo.

A esto se le suman, obviamente, los medios de comunicación, que durante los penaltis de Brasil en la final por el oro contra Alemania, tuvieron el focus sobre el jugador 10, Neymar, que cuando el mismo goleó, disparó su valor como ficha deportiva, dándole mayor fuerza que la real, en cuanto a equipo, pues para mí, si se busca destacar a alguien, más valor tiene el arquero que detuvo el penalti del alemán, que asigna un valor a la tabla final de 4 a 5 a favor de la selección anfitriona.

El evidentemente sesgado interés de los medios se repitió en diferentes disciplinas, porque transmitieron más juegos masculinos que femeninos. Era más probable ver en la calle a las mujeres corriendo la maratona que encontrarlos en uno de los 16 canales en vivo que transmitieron distintas competencias. La preferencia de género en las disciplinas era evidente, lo único que nos permite ver cómo el discurso de los medios no es ingenuo en cuanto a la forma de plantear y mantener el control social conservador. Entonces el gran fracaso para mí de estas olimpiadas tiene que ver con la tentativa de sostener y reproducir el mismo sistema de poder alienante, que no tuerce el brazo ante otras alternativas. Una única lógica de poder se reproduce y cristaliza nuevamente en el encuentro deportivo más importante del mundo. Son muy lindos los arcos de colores que se juntan en su bandera, pero como esa bandera puede ocultar los huecos, precisamente no se televisan y quedan cuando las luces, las cámaras y la acción salen de la transmisión en vivo. No reivindican las carencias que se generan. La gran inversión del gobierno local en las Olimpiadas, no compensa el torbellino de alegría que se generó por unos días en la gran ciudad de Rio de Janeiro, donde ahora quedan los recuerdos de las medallas, las fiestas. Aunque lamentablemente sólo con ellos no se come, no se habita, no se vive. Las necesidades reivindicativas son muchas, desde cualquier lugar y eso desinfla cualquier sonrisa que se quiera sólo mantener en el recuerdo.

En medio de una crisis económica, social y política, tras la deshabilitación de la presidenta electa legítimamente Dilma Rousseff, es increíble como cada alegría tiene el peso de la tristeza, de la injusticia social que gestiona mayor desigualdad. La moneda corriente del poder sigue subyugando y oprimiendo a nuestros pueblos, que intentan ser acallados con el vivo prejuicio de la pobreza, que dicta que la o el “favelado” (habitante de barrios periféricos) es una persona peligrosa, que el color de piel es símbolo de malicia y que la mujer es un objeto de exclusividad para el placer sexual. Estos desprecios cotidianos sostienen la estructura de poder dominante, nuestros prejuicios aplauden y perpetúan la estructura de poder de los altos financieros que tras el neoliberalismo, definen no lugares para la inversión de aparentes sonrisas y alegrías, que hoy se visten de medallas de oro, plata y bronce, para reafirmarse .



Lic. Farelis Silva
Psicóloga

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