VENEZUELA Y LA ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE. ¿QUÉ SIGUE AHORA? PARTE II


Asamblea Nacional Constituyente

Ante este embate de la derecha, internacional y vernácula, y ante el clima de violencia creciente que comienza a vivirse desde febrero de este año, el presidente Nicolás Maduro convocó, el pasado 1° de mayo, a la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, “con la finalidad primordial de garantizar la preservación de la paz del país ante las circunstancias sociales, políticas y económicas actuales, en las que severas amenazas internas y externas de factores antidemocráticos y de marcada postura antipatria se ciernen sobre su orden constitucional”.
En el decreto emitido por el Poder Ejecutivo para establecerla, se fija, entre otros puntos, lo siguiente: “1. La paz como necesidad, derecho y anhelo de la nación, el proceso constituyente es una gran convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los poderes públicos (...) 2. El perfeccionamiento del sistema económico nacional hacia (…) el nuevo modelo de la economía post petrolera, mixta, productiva, diversificada, integradora, a partir de la creación de nuevos instrumentos que dinamicen el desarrollo de las fuerzas productivas, así como la instauración de un nuevo modelo de distribución transparente que satisfaga plenamente las necesidades de abastecimiento de la población.
Está claro que el objetivo fundamental de la iniciativa es buscar una respuesta no-violenta a la violencia desatada por la oposición, viabilizada básicamente por grupos de jóvenes (mercenarios según pudo establecerse, entrenados por fuerzas militares y paramilitares colombianas, que comenzaron a sembrar el terror ciudadano). El mensaje dominante, desde el momento mismo en que se lanzó la idea de la Asamblea, fue “fomentar la paz”.
Inmediatamente toda la derecha, de Venezuela y del mundo, reaccionó estruendosa acusando de “proyecto dictatorial” la conformación de dicha instancia. La crítica estriba en mostrar cada cosa que hace el gobierno como un acto antidemocrático, nunca apegado a derecho, tiránico en definitiva. Curiosa apreciación, porque en Venezuela cada acción del gobierno, desde Chávez en adelante, se apega rigurosamente a la Constitución vigente. De todos modos, la lucha política admite todo, y en la guerra (lo que se vive es una guerra, decididamente, expresión al rojo vivo de la lucha de clases), la verdad es siempre la primera víctima.
Ahora bien: en sentido estricto, la coyuntura no hace necesaria la reformulación de la Carta Magna, a no ser que se lo hiciera para una profundización real y efectiva del socialismo. Pero todo indica que la estrategia es un emotivo, profundo y enfático llamado a la paz; la construcción del socialismo sigue siendo algo relativamente pendiente. “El perfeccionamiento del sistema económico” que propone, habla de economía mixta (pública y privada). La nacionalización / expropiación de los medios de producción es una tarea aún por realizarse. De ahí que lo que se ha dado en llamar el chavismo crítico abriera también una crítica a la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Entiendo que no, de ningún modo, para ponerse al lado de la derecha (como hubo quien así lo interpretó), sino para profundizar la genuina construcción del socialismo. Su pregunta, que entiendo no deja de ser pertinente, apunta a clarificar esto: ¿qué viene luego de la Asamblea?
La crítica, si es constructiva, debe ser escuchada. La derecha, de más está decirlo, no formula crítica sino visceral y frontal ataque. ¡Es terrorismo! Pero si no se acepta la discusión franca, se corre el riesgo de repetir los errores del socialismo real, el socialismo burocrático soviético, por ejemplo. Y justamente la idea de Socialismo del Siglo XXI va de la mano de una superación de ese tipo de autoritarismo.

¿Y ahora?

Lo primero a destacar es que la población masivamente continúa siendo chavista. La derecha, pese a todos sus denodados intentos de desestabilización, aún con su payasesco escenario de una supuesta consulta popular días atrás, no consiguió la cantidad de votos que sí obtuvo el pueblo chavista. La gran mayoría, aun desafiando el terrorismo desatado en estos tiempos, aún pese a todas las amenazas recibidas, a la violencia imperante, al furioso bombardeo mediático antichavista, dio una fenomenal muestra de participación cívica.
Sin dudas que los beneficios de la renta petrolera que ha traído el proceso bolivariano se aprecian. La mejora de la dieta, la alfabetización, el millón y medio de viviendas otorgadas, la cultura popular al alcance de todos, son todas medidas que, aún en medio de dificultades, la gente valora. Por eso los más de ocho millones de votos diciendo sí a la Asamblea.
La acusación de fraude o de dictadura ante la elección de este 30 de julio es ridícula y cae ante su propio peso. La derecha, tanto local como global, no sabe cómo detener esa marea chavista. No hay dudas que la revolución, pese al desabastecimiento, la inflación, la violencia callejera montada últimamente y a toda la desacreditación de que es objeto, se mantiene. La gente ansía la paz. El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente funciona como un mensaje político en favor de esa paz.
Ahora bien: la pregunta que se plantea inmediatamente, y que sectores de izquierda, de ese llamado chavismo crítico, sectores que están con el proceso y que siguen esperando la profundización de las medidas revolucionarias, es básica: con esta Asamblea, con una posible nueva Carta Magna, ¿se va de una vez hacia el socialismo? ¿Cómo se construye la paz en medio de este atolladero que los planes de la derecha han creado?
Juan Martorano, por citar alguno de los estudiosos del tema que reflexiona al respecto, lo formula de esta manera: “Ahora ante esta Asamblea Nacional Constituyente, se le impone el reto a Nicolás Maduro y al PSUV [Partido Socialista Unido de Venezuela] de constituirse en el líder y en el partido que puedan hacer la Revolución Socialista y que ésta adopte la senda de la irreversibilidad y del no retorno capitalista. (…) En esta Asamblea Nacional Constituyente, estamos obligados a refundar el Estado. Sin negar los avances de nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aún impera, en buena medida, el modelo del Estado Burgués, y ese modelo está totalmente agotado y ya no es viable en nuestro país.”
A esta violencia desatada por los planes imperiales, secundados por la derecha local, no parece lo más idóneo responderle con “laboratorios de paz”, tal como el presidente Maduro lo formulara, con esta apelación al “amor”. Todo lo que la derecha está haciendo constituye, lisa y llanamente, actos de terrorismo, de odio, de muerte. ¿Se responde eso con paz y amor? ¿Los golpes se responden con flores? Cualquiera de estos actos debe ser considerado terrorismo. Así de simple: lisa y llanamente, terrorismo. ¿Cómo se le responde al terrorismo en cualquier latitud? ¿Con flores? ¿Podemos creernos realmente que se está construyendo una alternativa original, socialista quizá, por hacer que la Guardia Nacional se presente sin armas ante las provocaciones terroristas? ¿No se pagará un precio demasiado caro por ello? La instalación de la Asamblea y lo que vaya a salir de ella es aún una incógnita. Preguntarse por eso, por lo que se elaborará, por la forma en que se afianza la paz y una sociedad nueva, en definitiva: por la sociedad socialista, no es exactamente fomentar ni la derecha ni la contrarrevolución.
Decían los romanos del Imperio que “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Quizá esto pueda sonar a demasiado “violento”, demasiado “contrario a la paz”, pero pareciera dar la impresión que en Venezuela la revolución no termina de construir a rajatablas lo que se entiende por socialismo. ¡Y el socialismo significa poder popular!, ¡verdadero poder revolucionario! ¿El poder se construye con flores? Dicho casi mordazmente: “si van a invadir, que invadan por algo, y no solo por el petróleo”.
Insisto con la idea: estas son preguntas críticas que intentan apoyar lo que se está edificando en Venezuela en tanto alternativa a un país capitalista y consumista, donde por décadas su ícono dominante fueron las Miss Universo y el “está barato, deme dos”. La apelación al amor y a la ternura ante el ataque despiadado de la derecha no pareciera ser el mejor camino para afianzar la auténtica transformación socialista, la profundización de la revolución, el alejamiento del rentismo petrolero. O, al menos, abre dudas.
Si bien es absolutamente meritorio la realización de una elección como la de los otros días y, en general, el clima de democracia que se vive con más de una elección por año, la pregunta que debe formularse es si el socialismo se agota en esos marcos, no muy distintos a cualquier “democracia de libre mercado”, o debe apuntar a algo más, a la consolidación de una democracia revolucionaria, de base. No hay dudas que eso es una pretensión en la actual Venezuela, pero aún resta un buen trecho por caminar.
Rosa Luxemburgo, analizando la revolución bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a la República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual de la Patria Grande Latinoamericana. ¡O avanzamos de una buena vez hacia el socialismo!..., o inexorablemente caemos.
Hay una queja interminable sobre la situación económica, viendo cómo la derecha hace negocios (los bancos nunca ganaron tanto dinero como en estos años, ni siquiera durante la IV República), protestando por el dólar paralelo con el que asfixian la economía de la revolución. Pero si coexisten (tan alegremente, podríamos decir) dos modelos antagónicos como capital privado y planteo socialista, ¿no se está casi absolutamente en manos de esos capitales? ¿Cuándo se profundizan las medidas socialistas? Y profundizarlas quiere decir: ¡profundizarlas! ¿Saldrá ese nuevo producto superador de la Asamblea?
Quizá esta cierta lentitud que vemos en la implementación del socialismo se deba a la forma misma en que nació todo este proceso: no fue la revolución de abajo, del pobrerío que salió a tomar el país, sino que vino de arriba, como proceso cupular. Un día apareció Chávez hablando de socialismo, y nos enteramos que íbamos rumbo al socialismo del Siglo XXI. Así nació, y esa fue la marca de origen: de arriba hacia abajo. Pero luego la población (ese pobrerío siempre excluido) salió a rescatar al líder cuando el golpe de Estado, y comenzó la construcción del proceso que ahora se vive. Esa marca, quizá, dejó huellas indelebles: es un proceso tal vez demasiado centrado en la figura de un líder. Poder popular es algo más que una consigna escrita en una pared, que una marcha multitudinaria, que un funeral atorado de gente que llora a su presidente muerto. Poder popular (¡la savia del socialismo!, ¡¡la verdadera savia del socialismo, junto a la economía no basada en el lucro empresarial!!) es más que ganar masivamente las elecciones (que no dejan de ser un mecanismo de la institucionalidad capitalista).
La Asamblea Nacional Constituyente puede ser una buena oportunidad para dar ese salto. Haber ganado, una vez más, una elección no significa que el socialismo ya está instalado. No debe olvidarse que la guerra está al rojo vivo, y un llamado a la paz no necesariamente tranquiliza a los tiburones que acechan. En todo caso, la paz hay que construirla y asegurarla con algo más que buenas intenciones. De momento las fuerzas armadas parecen una garantía. ¿Habrá ya quintacolumnas esperando el momento? Seguramente sí.
Sin el más mínimo ánimo de ser aguafiestas y empañar la celebración del triunfo popular del pasado domingo, 30 de julio, la pregunta de ¿hacia dónde va el proceso? es absolutamente válida. Más aún: es imprescindible.

Marcelo Colussi es Argentino, Psicólogo y Licenciado en Filosofía. 
Psicoanalista, investigador social, catedrático universitario.


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