DEL CUIDADO Y DEL CUIDARSE.
Tiempo de cuarentena. Tiempo de prevención, de
cuidados, del cuidarse. Cuantas veces hemos escuchado y visto la consigna “Cuídate! Quédate en casa!”
frase que se extiende por todo el
mundo, e implica tanto cuidarte tu,
cuidar a los tuyos y a los otros,
a los semejantes. Así, quedarse en casa es una solicitud para todos y todas, y
un anhelo para quienes, en su disposición y en su trabajo deben marchar a la
calle para atender las labores indispensable para que la sociedad y el país
continúen de pie, y por supuesto para quienes trabajan en el área de la
salud quienes con su esfuerzo nos cuidan
a todos, con su preocupación de no enfermar, y con el temor, al volver a casa,
de contaminar a quienes allí quedaron .
El mundo llama a la
puerta, pero una vez ésta se abre entramos en ese espacio de la intimidad que llamamos casa, no importa
si tiene raíces en la tierra, integrada o no con la naturaleza, o ubicada en el
espacio vertical de un edificio; ya sea una casa humilde, sencilla, de espacios
amplios o reducidos, grande o chica, es nuestra morada y en ella habitamos.
Se ha dicho que la casa es
un estado del alma, en todo caso es también el reflejo de nosotros mismos y es
la expresión de nuestra forma de habitar. ¿Encontraremos en ella seguridad y
dicha? O por el contrario, aunque diseñada
para sostenernos y
protegernos de las tormentas exteriores, lo que sucede una vez se cierra la puerta, ¿será la expresión de la violencia, el maltrato y el descuido?
En su hermoso libro, La
poética del espacio, Gastón Bachelard nos dice, “la casa es nuestro rincón
del mundo, es nuestro primer universo”. Ese rincón nos acompañará siempre en nuestras
aspiraciones, en nuestra soledad, en la tristeza, en la alegría. Cuantas veces
no escuché: anoche soñé, estaba en la casa de El Valle, lo sé porque no es la
de ahora, y….”. Así, la casa, ese
espacio que habitamos estará allí, siempre.
Los espacios de la casa
son imborrables, como lo son también los objetos. La casa natal está inscrita en nosotros, en
nuestro cuerpo, en nuestra mente, en nuestras costumbres, en nuestros
sueños. En ella, en esa primera morada,
aprendimos las diversas formas del habitar, la del cuidado de los objetos, de
los espacios interiores y de los exteriores, la del querer y saber mantenerlos, la de la limpieza y el orden, la
de agregar esos detalles que hacen de esa casa algo único y particular. Y
también, esa, nuestra primera casa, o las casas que siguieron son parte de nuestra historia, aprendimos la convivencia con los habitantes de las
casas vecinas. También, en el habitar, inscribimos en nosotros las formas
de la convivencia, el respeto debido a los y las vecinas, el cuidado de los espacios comunes,
del vecindario.
Se dan a veces
contradicciones: podemos disfrutar en el espacio interior de la morada, de un
ambiente grato, acogedor y agradable a la vista, gracias al esfuerzo,
el trabajo y al cuidado amoroso, que tendría que ser de todas y de todos
los habitantes de la casa, pero
indiferentes al aspecto exterior y al espacio que compartimos con otras casas
u otros apartamentos, en fin, como si
los otros habitantes del lugar no nos importaran. Entonces vemos el descuido,
la acumulación de basura, el irrespeto al ambiente y a los animales. Salir de
la casa bien arreglados, para atravesar pasillos, corredores, escaleras,
ascensores y aceras desatendidos, sucios, mal oliente, es algo que da pena y entristece el alma. Es que acaso, no es también la
responsabilidad de cada uno y una de atender los espacios comunes?
La forma como habitamos
nuestro espacio vital, la manera como nos enraizamos de día en día, en un
rincón del mundo, habla de nuestra manera de ser como personas y como ciudadanos
Recordemos que el espacio que
habitamos es una extensión de nosotros mismos y así como
cuidamos la salud, así como cuidamos nuestros aspecto físico y nuestra
apariencia y la de nuestros familiar, también cuidemos el de nuestra casa y al espacio que la rodea.
Los cuidados domésticos
pueden vivirse de manera abrumadora,
fastidiosa, hasta podemos sentirnos encadenados por ellos. Pero hay que tomar
en cuenta que lo que aporta dinamismo a la casa, además de sus
habitantes, es la acción doméstica. Luchar contra la rutina imprimiendo la luz de la conciencia al gesto maquinal,
repetitivo, de todos los días y noches
es, quizás, la forma de hacer de las
tareas caseras una parte de nuestra
actividad creadora. Cuando se ordena un
rincón, cuando se riega, una planta cuando
se limpia la cocina, se encera un
mueble, cuando hacemos pequeños cambios en la colocación de sillas, mesas,
lámparas, podríamos decir que se crea un
nuevo objeto, se le da dignidad humana a
un objeto. Los objetos y las cosas así
cuidadas adquieren una nueva luz a nuestros ojos y a los de todos quienes
habitan la casa. Y no es cuestión de dinero, de poder económico. Es cuestión
del cuidado, hacer con de nuestras manos
una labor creadora.
Y en este tiempo de
cuarentena, cuando pasamos muchas horas en casa, participemos todos y todas
en su cuido, Si como padres o madres no hemos inculcado en nuestros
hijos e hijas el valor del espacio que habitamos, el común y el individual es
hora de hacerlo. Apreciar el espacio privado e íntimo de cada quién y por
supuesto, el espacio común a todos.
Recordar, entonces. Habitar
una casa, no es simplemente ocuparla.
María Antonieta Izaguirre
Psicóloga- Psicoanalista
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