NI HÉROES NI MÁRTIRES, SÓLO NIÑOS Y ADOLESCENTES EMPUJADOS HACIA EL ABISMO.
Como investigadora en el área del desarrollo humano, no puedo dejar de analizar el comportamiento de los niños y adolescentes presentes en las manifestaciones que, durante los últimos meses han ocurrido, en nuestro país. Como persona, no me puedo quedar callada frente al abuso a los que están siendo sometidos por adultos inescrupulosos, irresponsables y culpables confesos, grupos etarios tan vulnerables a padecer alteraciones importantes en su psique.
Los niños son seres en constante desarrollo. Múltiples potencialidades alcanzarán su optimización, siempre que los microsistemas en los que interactúan, sus características heredadas y sus intereses así se los permitan. El sistema familiar constituye el medio ideal para adquirir todas aquellas destrezas, habilidades, valores, convenciones, creencias, que les facilitarán desenvolverse con independencia en los otros sistemas.
Los padres y otros familiares significativos, se convierten en los adultos responsables de que esos niños se sientan confiados, protegidos, seguros, valiosos y dignos de emprender el largo camino del ciclo vital. Para que esos adultos cumplan su papel con idoneidad, deben estar capacitados para la ardua tarea a cumplir, sin olvidar que ellos también deben seguir su desarrollo como personas y como profesionales.
No hay una educación formal que enseñe a ser padre; cada uno asume su rol tomando en cuenta su experiencia como hijo, las experiencias percibidas entre sus familiares cercanos, las lecturas hechas, lo observado en los medios, los consejos de quienes ya han asumido esa tarea, entre muchas otras fuentes de información. Un padre y/o una madre es un ser pensante, con creencias, actitudes, deseos, prejuicios e ideas sobre lo político, social, económico y religioso. Algunos padres consideran que su deber es ir internalizando en sus hijos lo que ellos piensan sobre algunos aspectos de la realidad inmediata, otros consideran que los niños lo irán descubriendo de a poco, otros ejercen la autoridad con mucha firmeza y obligan a sus niños a pensar como ellos. La forma como actúen los padres para lograr esos fines, es diferente y obviamente, los resultados serán diferentes.
Si el padre quiere que su hijo, quien pudiera tener entre 7 y 10 años, asuma sus ideas como propias, se encontrará con un niño que se caracteriza por tener un pensamiento lógico-concreto, donde ya no consideran que su punto de vista es único, donde las relaciones sociales son más amplias, pueden sumar, restar, llevar una conversación sobre algo que les interese, aprenderse poemas o discursos de memoria, fechas patrias, nombre de batallas, pero todavía dependen de las experiencias concretas directas para "fundar" su pensamiento. No pueden, por ejemplo razonar sobre lo que es la democracia, sobre lo que es la libertad, sobre los conflictos que se viven en una sociedad. En otras palabras, aún no pueden razonar respecto a contenidos abstractos que no se prestan para ejemplos concretos, aunque pueden memorizar declaraciones abstractas o definiciones que en realidad no comprenden.
Si a lo anterior, le agregamos que en su desarrollo socio-moral, los impulsos son controlados por la influencia de refuerzos y castigos. En realidad, el niño no comprende el significado y función de las normas, lo que prima en él es el satisfacer sus propias necesidades o intereses, cumpliendo en lo posible todas las reglas que están respaldadas por sanciones para evitar el castigo. Hasta los cinco años de edad, lo correcto es lo que dicen las autoridades, por lo que hay que eludir situaciones problemáticas o desagradables y evitar ser sancionado. Entre los 6 y 10 años, lo correcto es satisfacer las necesidades propias y ocasionalmente las de otros, con el fin de obtener recompensas y que los favores sean recíprocos.
La anterior descripción del desarrollo infantil es necesaria para contextualizar la participación de niños en actividades propias de adultos. Somos los únicos responsables de dirimir nuestras diferencias políticas, sociales y jurídicas, por lo que la presencia de niños en las mismas, es un indicador claro de abuso, irresponsabilidad e irrespeto de los que somos llamados a ser garantes de su protección, seguridad y desarrollo. Los niños son manipulados por adultos inescrupulosos para que actúen, ya sea por la promesa de recompensas materiales, ya sea por amenazas certeras. Los niños, por su desarrollo cognoscitivo, no pueden medir el riesgo de sus acciones, no comprenden el porqué de su accionar. Tampoco entienden el proceder de sus padres y/o representantes, sólo replican sus conductas, por medio del aprendizaje observacional, considerando que ellos son los modelos o ideales a seguir.
El infante evoluciona hacia la Adolescencia. Etapa del ciclo vital que empieza en la biología y culmina en la cultura. Los púberes sufren muchos cambios físicos, particularmente derivados de factores endocrinos. Paralelamente, se van dando muchos cambios psicosociales, donde la cultura se encargará de reflejar el perfil deseado. La Adolescencia, como una etapa de transición, tiene como fin la construcción de una identidad personal. Lo esperable es que cada adolescente, pueda definirse y autodefinirse sin muchas complicaciones, para que pueda convertirse en un adulto responsable.
En el desarrollo cognoscitivo, resurge el egocentrismo, característica que hace que los adolescentes se consideren especiales y mucho más importantes en el medio social de lo que son en realidad. Se perciben a sí mismos y sus propias opiniones e intereses como las más importantes y válidas. La información que ellos tienen de algún aspecto es más importante en la formación de los juicios que hacen que los pensamientos de los demás y otra información relevante. Les resulta muy difícil comprender o que hacer frente a las opiniones de otras personas, y ante el hecho de que la realidad puede ser diferente de lo que están dispuestos a aceptar.
El egocentrismo deriva en dos tipos de pensamiento social: la audiencia o público imaginario y la fábula personal. La primera hace referencia a la actitud de pensar que ocupan el centro de la escena, que todos los ojos se centran en ellos, en lo que dicen o en lo que hacen. “Es como si los adolescentes actuaran frente a un público”. La fábula personal hace que el adolescente se considere único e invulnerable. La impresión de ser únicos les lleva a pensar que nadie puede entender sus sentimientos. Existen otras formas de presentarse el egocentrismo adolescente, como el mito de invencibilidad, el mito personal o en forma de fantasías, donde se creen “héroes” o “heroínas”. Aún recuerdo las palabras de un amigo que perdió la vida en un accidente de moto: “a mí no me va a pasar nada”.
En el desarrollo moral, el adolescente debería alcanzar un juicio moral convencional, donde la conducta esté orientada a cumplir el deber, respetar la autoridad y mantener el orden social. Actuar como una persona buena, dispuesta a ayudar, agradar y ganarse la aprobación social. Sin embargo, hay un consenso universal en que la mayoría de los adolescentes de hoy en día, se ubican en un nivel transicional entre el nivel preconvencional y el convencional, donde más del 90% de la sociedad adulta alcanza el nivel convencional. También, que el ideal del juicio moral, no se basa en principios conscientemente razonados. Algunas veces las personas son incapaces de justificar adecuadamente sus juicios morales, lo que sugiere que ciertas evaluaciones morales resultan de intuiciones viscerales.
Nuevamente, recurro a la extensa introducción de lo que es el adolescente para analizar su participación en las protestas violentas que han acaecido en los últimos meses. La adolescencia, por los muchos cambios que tiene, es una etapa vulnerable, que hace que el joven sea llevado a asumir un comportamiento mesiánico, sin tomar en cuenta el riesgo que corre. Está, al igual que el niño, siendo manipulado por personas inescrupulosas, para que se asuma como un “libertador”, “un héroe”, donde la grandilocuencia es exacerbada vilmente, al estimularle el mito de la invencibilidad. Fantasías que incorpora a su pensamiento abstracto, debido a su egocentrismo. Si a esto, le unimos el deseo de agradar, de ser aprobado por los demás, de “contribuir a la salvación de un país”, nos damos cuenta que estamos frente a un adolescente intentando ser lo que los adultos operadores de este infame comportamiento esperan.
No es casual que durante las protestas se utilicen los símbolos patrios, ya sea para deformarlos o idolatrarlos, héroes de nuestra independencia para desvalorizarlos, sustituirlos o emularlos. Por ejemplo, es frecuente que aparezcan en algunos dorsos de adolescentes, petos usados por nuestros libertadores, sin ninguna insignia, o parte de uniformes de los héroes con nuevas insignias. También, que se titulen las protestas con nombres de batallas, donde los jóvenes fueron los héroes, por ejemplo: “A la Victoria”. Se les olvida que en tiempos de independencia, los niños nacían para ser soldados, se preparaban para ello y la expectativa de vida no era mayor a los 30 años de edad. Los tiempos son otros, las armas son otras, las personas son otras.
Otro elemento importante es el efecto de las series de criminalística, en la mente del adolescente. Los que siguen esas series, se darán cuenta que la resolución de problemas está fundamentada en la combinación de pruebas digitales, bioquímicas y demás. Cualquier muestra es sometida a prueba, en envases contentivos de mezclas de sustancias. Y, eso es lo que vemos en las combinaciones que hacen los adolescentes, cuando preparan sus armas. No será lo mismo, pero al ser el estilo de aprendizaje preferido el visual-motor, en la mayoría de nosotros, la imagen de las soluciones es lo que nos queda y así se los colocan en sus cuarteles.
Para finalizar, muchos de esos adolescentes son hijos de madres y padres adolescentadas. Vale decir que la adolescencia, desde hace más de 20 años, ya no es solo una etapa de desarrollo humano, es también un estilo de vida muy valorado en nuestra sociedad. Observemos las duplas madres-hijos, padres-hijos, en las manifestaciones y veamos si nos es fácil diferenciar entre quien es el adulto y quien es el o la adolescente, según la conducta asumida por cada uno de ellos.
Ms. Carmen Liliana Cubillos
Psicóloga del Desarrollo Humano
Junio 10 de 2017
Junio 10 de 2017
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