DE NOVELA Y DE GUERRA, O CUANDO LA GANANCIA SOBREPASA LA CONCIENCIA
El Tercer Hombre es un título que me ha perseguido desde tiempo atrás. Luego,
descubrí la película y de ella es imborrable la imagen con la que el director,
Carol Reed, presenta al personaje representado por Orson Welles. Una fotografía
de las mejores apariciones de un personaje en un film en blanco y negro. La música,
de Anton Karas, ejecutada en cítara por el mismo autor, me ha acompañado
siempre. Recientemente, la pequeña
novela que a Graham Greene le sirve de base para hacer el guión, me encontró.
Estoy convencida que los libros lo encuentran a una. Y aún más convencida que, como decían Freud y
Lacan, los artistas son los que desbrozan el camino. Los demás, vamos detrás.
Leyendo la novela no pude menos que pensar en el asunto del bachaqueo
y la guerra económica, una de las formas de la guerra no convencional contra nuestro
país. El sufrimiento causado, el destacar la pérdida de valores, ha motivado
durante los últimos meses unas cuantas reflexiones, comentarios, declaraciones,
opiniones. Sin duda, es un tema que merece ser trabajado desde varios ángulos,
ya que si en algo nos hemos comprometido todos y todas es en la convivencia
pacífica, la cooperación, el cuidado y el respeto. En fin, relaciones sociales que resguarden la
vida y el vínculo.
Cuando ciertas formas de las relaciones de producción (por cierto,
muy dañinas) se ven fortalecidas, la codicia y el desbordamiento de las pulsiones,
el vale todo y el sin límite se constituyen en la
condición de la sobrevivencia. Históricamente, la guerra, cualquiera sea su
forma, ha tenido esas consecuencias en la vida cotidiana, en el cuerpo, el
espíritu y en el alma de las personas que la padecen y la sobreviven. Y sin
duda, hemos estado en guerra, califíquesela como se lo haga, se la describa y
catalogue como sea. Es, sencillamente, una guerra y de aquí sus consecuencias.
No nos podemos escapar y hay que estudiar el daño causado y buscar las formas
de solventarlo. Tampoco podemos generalizar un fenómeno a toda la población, a
toda la sociedad. Si en algo estoy de acuerdo,
como escribía recién el colega José Garcés, es que superar el estado de cosas no
será volviendo a nuestros viejos y culturalmente enquistados hábitos.
Aprendamos pues de este momento histórico para alcanzar nuevas formas de
conciencia y participación.
En esta novela, Greene nos
describe una situación con la palabra inglesa racket, racketeers, admitida en la lengua castellana como raqueteo,
raqueteros, y entre sus significaciones se alude a lo criminal, a lo delincuencial,
a lo ilegal. Sirva el término para nombrar lo que hemos denominado en este país
el bachaquerismo y quienes lo practican, bachaqueros, bachaqueras.
El argumento de “El Tercer
Hombre”
1947. En el tenebroso
y frio escenario de la Viena de post guerra, una ciudad dividida en cuatro
zonas, destrozada y sombría, ocupada por cuatro poderes, se desenvuelve una
historia sobre la amistad, la traición y el desengaño. Una ciudad donde el
raqueteo, el contrabando, el tráfico, el mercado negro y toda clase de “negocios”,
tienen lugar. Holly Martins llega a Viena
invitado por su amigo Harry Lime. Coincide su llegada con el entierro de Lime.
Sospechando que su amigo en realidad fue asesinado, Martins comienza una
investigación. El jefe de la policía militar británica le demuestra que su
amigo participaba en el mercado negro de la ciudad.
El libro
The Third Man/ The Fallen Idol. Graham Greene. Publicado
por primera vez en Gran Bretaña por William Heimermann en 1950. Contiene dos
pequeñas novelas, ambas se constituyeron en guiones cinematográficos. Hay sucesivas ediciones por Penguin Books y
otras editoriales. Hay versiones al castellano.
La película
El Tercer Hombre (título original: The Third Man)
es una película británica de cine negro, estrenada en 1949, dirigida por Carol Reed, protagonizada por Joseph Cotten, Orson Welles y Alida Valli. El guion es de Graham Greene. Música de Anton Karas (cítara).
La edición en mis manos de la novela es de Penguin Books (USA, 1981).
Tiene 157 páginas, de las cuales 120 corresponden a un corto prefacio por el
autor y la novela que nos ocupa. Para los efectos de esta pequeña reflexión
traduzco dos páginas del relato, relativa a una de las conversaciones entre el coronel
Calloway de la policía militar inglesa y Martins, el escritor que llega a Viena
e investiga la muerte de su amigo Harry Lime (pp 79-80) *
Calloway: La guerra y la paz (si eso puede llamarse
paz) dejan sueltos un gran número de raqueteros, pero ninguno más vil que estos.
El mercado negro de la comida al menos suple alimentos y lo mismo se aplica a
todos los otros raqueteros, quienes proveen artículos escasos a precios
exorbitantes. Pero el mercado negro de penicilina es un asunto totalmente
diferente. La penicilina en Austria se distribuía solamente a los hospitales
militares; ningún doctor civil, ni siquiera un hospital civil podía obtenerla
por medios legales. Cuando comenzó el contrabando, fue relativamente inofensivo.
Ordenanzas, militares, enfermeros, podían robarla y venderla a médicos
austríacos por una suma muy alta - una ampolla podía alcanzar más de 70 libras.
Podría decirse que era una forma de distribución, injusta en cuanto solamente
beneficiaba a pacientes muy ricos, aunque la distribución original difícilmente
podría reclamarse justa.
Este contrabando transcurrió alegremente por un rato.
Ocasionalmente un ordenanza, un enfermero, era atrapado y castigado, aunque el peligro
simplemente aumentaba el precio de la penicilina. Entonces el raqueteo comenzó
a organizarse: los grandes hombres (big men) vieron en esto extraordinarias ganancias y
mientras el ladrón original ganó menos por el botín, en su lugar recibía cierta
seguridad. Si le pasaba cualquier cosa podría ser protegido. La naturaleza
humana también tiene razones torcidas que el corazón desconoce. Esto apaciguaba la conciencia de muchos
hombrecitos (small men) al sentir que
trabajaban para un gran empresario; ante sus propios ojos eran casi tan respetables
como cualquier asalariado. Ellos eran uno de un grupo, y si había culpa, los líderes
cargaban con ella.
A veces, a esto lo he llamado la fase dos. La tres,
fue cuando los organizadores decidieron que la ganancia no era lo
suficientemente grande. La penicilina no siempre podía obtenerse legítimamente y, mientras el
asunto iba bien, entonces desearon más dinero y más rápido. Comenzaron a diluir
la penicilina en agua coloreada, y, en el caso de la penicilina en polvo, mezclarla
con arena. Guardo un pequeño museo en una gaveta de mi escritorio -mostrando unos
ejemplares a Martins, quien, aunque sin disfrutar de la conversación, no
atrapaba el punto.
Martins: “Supongo que eso la haría inútil”.
Calloway: “Si eso fuese todo no nos preocuparía mucho, pero considere lo
siguiente: se puede inmunizarse de los efectos de la penicilina. Hasta podría decirse
que el uso de esta mezcla para un paciente particular puede, en un futuro, hacer
inefectivo un tratamiento con penicilina. Por supuesto, esto no es nada
divertido si usted sufre de una enfermedad venérea. Además, el uso de arena
sobre una herida que requiere penicilina no es precisamente saludable. Hay
hombres que han perdido sus piernas y sus brazos de
esta manera, y sus vidas. Pero quizás lo que más me horrorizó fue visitar el
hospital de niños. En el hospital habían comprado algo de esta penicilina para
usarla contra la meningitis. Un número de niños simplemente murió, y a otro
número le afectó su cabeza. Ahora se los puede encontrar en el pabellón de
enfermos mentales.
Martins se sentó en el otro lado del escritorio,
con el ceño fruncido. Yo dije: No se soporta pensarlo muy de cerca ¿no es cierto?
En las últimas líneas del prefacio,
Graham Greene escribe: “La realidad, de
hecho, fue solo el trasfondo a un cuento de hadas; sin embargo, la historia del
raqueteo de penicilina se basa en una realidad aún más cruda, porque muchos de
los agentes eran más inocentes que el mismo Joseph Harbin. El otro día en
Londres un cirujano invitó a dos amigos a ver la película. Se sorprendió al
encontrarlos apesadumbrados y deprimidos por una película que él había
disfrutado. Le comentaron que al final de la guerra, estando con la Real Fuerza
Aérea, habían vendido penicilina en Viena. Las posibles consecuencias de su
acto nunca se les había ocurrido”.
¿Son inocentes quienes trafican,
quienes acaparan, en su aparente forma de resolver el asunto de la escasez? El
bachaquero, en su pequeña o gran ganancia, justifica el dolor, el sufrimiento y
a veces, ¿la muerte? ¿Podremos revertir este proceso de egoísmo, del sálvese
quien pueda? Como describe Greene, “the small men”, los hombrecitos (y agrego las
mujercitas) y “the big men”, los grandes, los peces gordos ¿se les coloca en el
mismo saco? ¿Pertenecen al mismo saco?
¿Cómo caracterizar a quienes hemos
denominado bachaqueros, pero refiriéndonos a los small men de Greene, no a los bachaqueros mayores, a los big men? Sobre los peces gordos, cuya participación
en el negocio es otra, diríamos que
son quienes ya tienen el capital y las grandes ganancias, y participan
socialmente de manera diferente al bachaquero al que nos referimos. Quienes están
y estuvieron con plena conciencia implicados en los golpes contra el proceso
bolivariano.
La alusión al bachaco, al insecto es
por el hecho del traslado de un producto de un lado a otro, pero el personaje
que nos ocupa, implica algo más. ¿Cuál o cuáles palabras de nuestra lengua recogerían
la significación de esta actividad, nos condensaría su caracterización
psicológica, su condición humana? ¿Acaso es el vivo, si recordamos la famosa
viveza criolla, el conejo de ese cuento tradicional de Tío Tigre y Tío
Conejo? Pienso que esta caracterización
nos es insuficiente. Estamos frente a un
trabajador, sin duda alguna. Hay que ver lo que implica hacer colas para
conseguir el producto al que luego se revende por un alto costo, sin tomar
conciencia que ese tráfico del cual participa con tanto esfuerzo, conlleva que
él mismo tendrá que pagar un alto precio por otro producto que necesita y no
está a su alcance. ¿Cuál es entonces la ganancia de estos small men? La inmediatez de
la ganancia parece que obnubila todo los demás.
¿El bachaquero es el pobre? A esta
caracterización me opondría, porque vimos transformarse en bachaqueros a
algunos y algunas que cuando comenzó la crisis no eran lo que consideraríamos
pobres, en el sentido de muy bajos ingresos y de condiciones materiales y
sociales de vida caracterizadas por la precariedad en todas sus dimensiones. ¿Habrá que considerar al bachaquerismo como una
forma de rebusque para sobrevivir?
¿Lo llamaremos el aprovechador,
aprovechadora, como quien busca el beneficio a costa de lo que sea y de quien
sea? ¿Es un ser asocial y sin principios, en tanto su accionar no está
sostenido por una ideología política, religiosa o de otro orden, sino por un egoísmo
y un individualismo desbocado? ¿Se
comportaría de esta manera en otras circunstancias? ¿Su forma de vida usual es
esa? ¿Está sometido al tener en lugar
del ser, tal como describe Fromm para
la sociedad de consumo?
Como en todo lo humano parece que no
podremos totalizar ni generalizar. Me atengo a mi práctica psicoanalítica: uno
por uno, una por una. Aunque la
inquietud por dar cuenta del fenómeno no termina allí, y en su momento habrá
que hacer un esfuerzo más. Estamos lejos de caer en el terreno de la
patologización del fenómeno, o de la calificación bajo las categorías del bien
y del mal, de lo correcto y lo incorrecto. Creo que no se trata de entrar en
ese terreno.
Es hora de preguntarle a los y las
colegas, quienes se ocupan de la psicología moral, qué luces aportan a esta
reflexión. ¿Acaso estamos frente a una confrontación entre las convenciones
sociales vs el asumir o sostener la acción social en las reglas que ponen el
límite cuando se trata del daño al semejante o provocar una injusticia? ¿Se trata
de observar cómo en una parte de la población se acentúo una preponderancia de
una moralidad individualista frente a otra cuyo centro es lo social, lo
comunitario, una moralidad socio céntrica?
¿Qué pasó, entonces?
Nos enfrentamos a un fenómeno social,
un efecto sobre la condición humana que, por su extensión, nos ha
sorprendido. Que en nuestra sociedad,
desde la colonia, haya habido una práctica de contrabando con aquello de “acato,
pero no cumplo”, tiene su valor histórico y antropológico. ¿Basta?
Volvamos a Viena, donde se
desarrolla la trama de El Tercer Hombre. Una ciudad, referente cultural de la
contemporaneidad en tantos campos del arte, de la
ciencia, del saber, y, sin embargo, lo peor de lo humano aflora con la
emergencia de la muerte y la devastación. En algunas películas recientes, especialmente
de factura inglesa, tratan las consecuencias de la II Guerra en lo personal y
lo cotidiano. En una de ellas, hay un diálogo entre dos mujeres, afectadas de
forma diferente por la ocupación alemana de un pueblo francés. Una le dice a la
otra: “mis padres, sobrevivientes de la I Guerra, decían: si quieres saber cómo
es la gente, empieza una guerra”. Entonces, una guerra - aunque sea sin cañones
ni bombarderos - ¿es una cuestión de sobrevivencia? ¿Es la ambición de la
ganancia desmedida lo que prevalece? ¿Se abre paso una cultura del aprovechamiento
y la muerte? Malinowski afirmaba que la
cultura nace de la necesidad. Así como la crisis y las necesidades que conlleva
nos han obligado y nos obligan a modificaciones de hábitos y costumbres, muchas
veces para bien de las transformaciones ineludibles, parece que también esas necesidades
apuntan a que lo peor también se instale, produciendo la desmoralización y la
desesperanza.
Toda reflexión implica límites. No
hay que obviar ante este fenómeno y sus consecuencias el contexto estructural
histórico de la lucha de clases; las injerencias del sistema económico, social
y político mundial; el acoso al que hemos sido sometidos, los errores
gubernamentales, al tiempo o destiempo de medidas efectivas, la escasez
inducida, la desmedida usura, la desvalorización de la moneda, la debilidad del
sistema de justicia. Verlo solamente o explicarlo
desde la perspectiva psicológica, de la sensibilidad, de la pérdida de valores,
o que no los hemos podido o sabido inculcar en 18 años de proceso político, o también
explicarlo por la dimensión del comportamiento, de la fuerza de los hábitos y
costumbres propias de la venezolanidad, quedarse en el terreno de lo moral, son
en todo su conjunto formas de conocer el fenómeno, pero reconociendo los
límites de cada uno de los aportes.
Graham Greene evitó, así lo expresa
en el prólogo, el sesgo político y/o propagandístico. Recordemos, 1947, fin de
la guerra, pocos años después se inicia la guerra fría. Es una novela corta, es
un guión, es una película. Nos ilustra, nos entretiene. Levanta el velo sobre las consecuencias de una
guerra en la vida de la gente, no se engaña sobre lo humano, la capacidad para
la crueldad, la traición y la mentira. Pero también nos obliga a ir un poco más
allá, y eso no es el trabajo del escritor, es el nuestro. ¿Por dónde
continuamos? ¿Hay alguna otra dimensión que profesionales de todos los campos no
hayamos incluido en nuestro análisis de la realidad de los hechos? Pero, sobre todo, la urgencia de ponerle coto.
Agosto, 2018
Psic. María
Antonieta Izaguirre
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