El Fascismo y su dominio psicológico de las masas. Federico Ruiz
Agradezco al querido camarada y amigo,
Orencio Antonio Díaz Reyes, por este importante escrito que me hace llegar. Con
la siguiente anotación:Sólo
pido que el análisis que propongo hacer de este texto corto, incluya el hecho
de que el Nazi-Fascismo es un fenómeno del Capitalismo. Habrá que insistir en
esto de manera permanente si queremos encontrar una explicación científica y no
caer en la trampa de la descontextualización (y hacerle el juego a la Ideología).
Es un fenómeno que corresponde al CAPITALISMO, muy consistente con las tácticas
ideológicas de dominación burguesa del conjunto de la sociedad. Aclaro que lo
obtuve en Internet y que lo difundo por razones culturales sin intenciones
lucrativas.
El Fascismo y su dominio psicológico de las masas
Introducción
Más allá de las razones políticas,
económicas y culturales que propiciaron el surgimiento del fascismo -y del
nazismo especialmente-, se deben observar otras razones que no necesariamente
entran en la lógica de un análisis racional de este fenómeno. O en palabras del
autor nacionalsocialista Wilhelm Stapel: "Dado el carácter elemental del
nacionalsocialismo, resulta imposible atacarlo con ‘argumentos’. Los argumentos
sólo tendrían efecto si el movimiento se hubiera impuesto con ayuda de
argumentos".
Si tomamos el caso de Alemania, la
gigantesca acumulación de poder que ostentaba Adolf Hitler no estaba basada
sólo en coordenadas políticas dentro del III Reich: la razón principal de este
éxito fue el empleo de la violencia psíquica. La propaganda del régimen
nacionalsocialista se basaba sobre esta Führerideologie (ideología del jefe).
Renunciando a toda argumentación objetiva, los llamamientos de Hitler al pueblo
alemán consistían en presentar a las masas solamente "la gran meta
final". El tipo de mando autoritario y carismático (retomando el concepto
de Max Weber), otra de la características distintivas del fascismo, tiene una
estrecha relación con esta situación de presión propagandística basada en el
miedo.
El propio símbolo gráfico del fascismo era
el de la violencia: el fascio, del latín fasces, haz de varas que según la
leyenda histórica tiene origen en el primer cónsul de Roma, Brutus (VI a.c.),
quien hizo apalear públicamente a sus hijos y acabarlos a hachazos por haber
conspirado contra el Estado. Este instrumento de castigo, inspirador de temor,
se convirtió en símbolo del poder en Roma: el haz de varas ligadas con una
cuerda alrededor de un hacha. Los lictores, junto al cónsul, portaban este emblema
para ejecutar en el acto las sentencias de éste: flagelar, ahorcar o decapitar.
Este símbolo, devenido en símbolo del
fascismo, tenía, en comparación con la cruz gamada de Hitler, la desventaja de
ser muy complicado y por ello no poder ser dibujado en cualquier parte y por
cualquiera, como sucedía con la svástica, las tres flechas socialistas o la
cruz.
La psicología de masas del fascismo
El estudio de la eficacia psicológica de
Hitler sobre las masas debía partir de la idea de que un führer representante
de una idea, no podía tener éxito (no un éxito histórico sino esencialmente
pasajero) más que si sus conceptos personales, su ideología o su programa se
encontraban en armonía con la estructura media de una amplia capa de individuos
integrados en la masa. Un führer no puede hacer la historia más que si las
estructuras de su personalidad coinciden con las estructuras de amplias capas
de la población, vistas desde la perspectiva de la psicología de masas. Dice
Domenach: "es innegable que un cierto número de mitos hitlerianos
correspondían o bien a una constante del alma germánica, o bien a una situación
creada por la derrota, el desempleo y una crisis financiera sin
precedentes".
Como todo movimiento reaccionario, el de
Hitler se apoyaba en varias capas de la pequeña burguesía. Se caracterizaba a
este segmento social mediante la metáfora de un ciclista: "por arriba
curva su espalda, por abajo patalea"("Nach oben buckelt er, nach
unten tritt er", según lo citaba P. Reiwald). Con esto se quiere explicar
un componente psicoétnico del pueblo alemán: la sumisión hacia quienes están
encima y la brutalidad para con los de abajo. Había también un componente
místico en las clases medias alemanas, que Hitler aprovechó para proclamar que
Alemania era la encargada de cambiar el mundo. Esto, sumado a la proliferación
de corrientes intelectuales reaccionarias (Gobineau, Wagner, Chamberlain,
quienes ponían el acento sobre todo en la cuestión racial, y otros que apelaban
al espíritu guerrero del pueblo alemán, magnificando las gestas teutonas) a
fines del siglo diecinueve, creó el caldo de cultivo para la proliferación de
este tipo de fenómenos.
Hay algo evidente: cuanto más numerosa e
influyente en una nación es la clase media, más probable es que haga su entrada
en la escena política como fuerza social. Por otra parte, las contradicciones
intrínsecas del fascismo no hacen más que reafirmar su base de masas de clase
media. Que los intereses subjetivos de estas masas hayan sido aprovechados por
Hitler al incluir en su plataforma la lucha contra el gran capital, y que el
fascismo, en su función objetiva, se haya convertido en defensor fanático del
imperialismo y pilar del orden económico del gran capital, son hechos que
llevan a la convergencia en el nacionalsocialismo.
Para comprender la ideología, la situación
del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante medio hay que tener en
cuenta sus matices económicos, pero fundamentalmente su identidad familiar
común .Si nos focalizamos en las clases medias urbanas, vemos que la rápida
evolución de la economía capitalista en el siglo XIX lleva a la pauperización
de los pequeños comerciantes y artesanos. Ante las grandes industrias, que
producen más barato y más racionalmente, las pequeñas empresas están destinadas
a desaparecer. Esta situación los llevaría tarde o temprano a confundirse con
la gris masa del proletariado.
La pequeña burguesía se rebeló, al fin,
contra el sistema, encarnado en el "régimen marxista" de la
socialdemocracia. Pero dado el carácter competitivo de los estratos medios,
fundamentalmente de los funcionarios del estado, no se observa una
identificación de la pequeña burguesía con sus pares o con los obreros
industriales, un sentimiento de solidaridad, lo que Marx acuñó como
"conciencia de clase".
La conciencia social del funcionario no
está determinada por el sentimiento de una comunidad de destino con sus
colegas, sino por la actitud cara a la autoridad establecida y a la
"nación". Para el funcionario esta actitud consiste en una
identificación absoluta con el poder estatal; súbditos con respecto a la
autoridad, se convierten en los representantes de esa misma autoridad en sus
relaciones con sus subordinados y, por este motivo, gozan de una especial
protección moral. Esta identificación con la administración del Estado y la
nación, que puede resumirse en la fórmula: "Yo soy el Estado", es una
realidad psíquica que nos proporciona uno de los mejores ejemplos de una
ideología convertida en poder material. Como resultante de su dependencia
material, su personalidad se transforma a imagen de la clase dominante. En
palabras de W, Leich: "Por tener los ojos perpetuamente clavados en lo
alto, el pequeño burgués acaba por cavar una fosa entre su situación económica
y su ideología". Esta "mirada clavada en lo alto" es lo que
distingue esencialmente a la estructura pequeño burguesa de la del obrero de la
industria en Alemania. En otros países, como EEUU, el
"aburguesamiento" de los trabajadores de la industria anula esta
distinción.
Para penetrar en el mundo obrero, el
fascismo propone la supresión de las clases, o sea la supresión del
proletariado, recurriendo al sentimiento de vergüenza que sufre el trabajador
manual (el desprecio por este tipo de tareas es uno de los elementos
reaccionarios más importantes, al llevar a querer imitar al empleado de
oficina). Sumémosle a esto que los trabajadores emigrados del campo traen
consigo una ideología de familia rural que es el mejor caldo de cultivo para
causas imperialistas y nacionalistas. Otro elemento a tener muy en cuenta es la
importancia que revisten los pequeños hábitos diarios, hecho sistemáticamente
ignorado por el movimiento revolucionario. Lejos de ser costumbres propias de
este estrato social, constituían la expresión visible de que se acusaba recibo
de la propaganda nacionalsocialista. La represión de la mujer, el vaso de
cerveza bebido en familia, el traje "elegante" de los domingos -todos
ellos símbolos del adocenamiento que se estaba produciendo-, penetraban en cada
rincón de la existencia cotidiana, mientras que el trabajo de la fábrica y los
panfletos revolucionarios no actuaban más que durante unas horas.
De este modo, cuando la crisis económica
impactó a esta capa social, su sensibilidad revolucionaria estaba embotada
producto de decenios de estructuración conservadora. La afirmación comunista de
que la política de la socialdemocracia le había abierto las puertas al fascismo
era exacta desde el punto de vista de la psicología de masas. Afirma W. Leich
que "a falta de organizaciones revolucionarias, decepcionado por la
socialdemocracia y angustiado por la contradicción entre su empobrecimiento y
el pensamiento conservador, el trabajador se arroja en los brazos del
fascismo".
La captación de las masas
La manipulación de las masas llevada a cabo
por el fascismo parece inconscientemente inspirada en la doctrina de Pavlov y
sus reflejos condicionados, leyes que rigen las actividades nerviosas
superiores del hombre. La propaganda, considerada por Goebbels como un arma de
guerra, constituía el elemento fundamental con el que se atraía nuevos adeptos
a la causa del nacionalsocialismo. La actividad propagandística tiene dos
funciones primordiales: inculcar un número elevado de ideas a un grupo reducido
de personas y agitar a un gran número de personas mediante un número reducido
de ideas. Los que sucumben ante esta estrategia son pequeño-burgueses, presas
fáciles del miedo que resulta de una sugestión imperativa como la del régimen
hitleriano. El autor soviético Serge Tchakhotine afirmaba que esta porción de
la sociedad poseía un sistema nervioso inestable, y que a menudo se sentían
contentas al verse dominadas y guiadas.
Entre los factores visuales utilizados para
atraer a las masas, se observa el predominio del color rojo (al que se le
atribuye una acción fisiológica excitante y es utilizado generalmente por
partidos de izquierda o pretendidamente "revolucionarios") y los
uniformes militares de colores vistosos. Según palabras de Domenach: "la
propaganda toma de la poesía la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso
la violencia de las imágenes". Para actuar sobre los sentimientos de amor
y alegría, es decir sobre los sentimientos eróticos sublimados, se debían
utilizar los bailes públicos, las tonadas populares, desfiles con la presencia
de gimnastas o flores.
En el aspecto social, Hitler copió las
prácticas de la Iglesia Católica, en las que el incienso, la semioscuridad y
las velas encendidas crean un estado especial de receptividad emotiva.
En los mítines, había que tener en cuenta
la habilidad de los oradores para alternar lapsos de tensión discursiva con
comentarios relajados, manteniendo así a la multitud expectante. Las directivas
para la "creación de entusiasmo" en la multitud (arengar a la masa,
entonar himnos combativos, acompañar las consignas con movimientos del cuerpo,
por ejemplo el puño en alto, lo que constituía la llamada "gimnasia
revolucionaria") son en buena parte acústicas; los "tóxicos
sonoros", como los llama De Felice. El ritmo y la cadencia de los sonidos
va acompañado de un bloqueo de la conciencia, propiciando un estado de
naturaleza hipnótica. La música instrumental es el más eficaz de estos tóxicos.
En ella, los instrumentos de percusión ocupan el lugar preponderante, ya que
son los encargados de llevar el ritmo. El timbre de algunos instrumentos como
la trompeta tiene la propiedad de causar una exaltación general.
La violencia psíquica
Un rasgo característico de la propaganda
hitleriana era crear alrededor del nombre del líder una especie de leyenda de
héroe nacional, para mantener a las masas en un estado de esclavitud psíquica.
Hitler afirmó en su libro "Mein Kampf" ("Mi lucha") que
"la propaganda política es el arte esencial de guiar políticamente a las
grandes masas". Y en el congreso de Nuremberg de 1936 exclamó: "la
propaganda nos ha llevado hasta el poder, la propaganda nos ha permitido
conservar desde entonces el poder; también la propaganda nos concederá la
posibilidad de conquistar el mundo".
Si se trata de teorizar acerca del rol de
la propaganda en el III Reich, nadie mejor que los propios involucrados.
Goebbels decía al respecto que "la propaganda debe tender a simplificar
las ideas complicadas". Hitler precisa en su libro (transcripto en su
mayor parte por su adláter Rudolf Hess en prisión luego del fallido Putsch de
Munich en 1923): "hay que reducir tanto más el nivel intelectual de la
propaganda cuanto mayor es la masa de hombres a los que se quiere llegar".
La propaganda hitleriana se valía del
sentimiento nacional del pueblo alemán, de su tendencia chauvinista. Otros aspectos
de este fenómeno eran la persecución antisemita (encarada con una brutalidad
tal desde la propaganda hasta convertirse en su talón de Aquiles en el
exterior) y la demagogia social desenfrenada en el orden interno. Uno de los
atributos característicos del fascismo, la valoración positiva del uso de la
violencia, se refleja en las siguientes palabras de Hitler: "la primera de
las condiciones para el éxito consiste únicamente en la aplicación
perpetuamente uniforme de la violencia". La "persuasión por la
fuerza", campañas propagandísticas cuya base era el miedo, era el
denominador común. Rara vez en los discursos del führer dejaba de haber un
llamamiento a la violencia, una amenaza velada o una apología de la fuerza
militar.
Domenach decía que "el hitlerismo
corrompió la concepción leninista de la propaganda e hizo de ella un arma en
sí, de la que servirse indiferentemente para todos los objetivos. Las consignas
leninistas tenían una base nacional, aunque se adhieran en definitiva a unos
instintos y a unos mitos fundamentales. Pero cuando Hitler lanzaba sus
invocaciones sobre la raza y la sangre a una muchedumbre fanatizada, que le
respondía con sus ‘Sieg Heil ’, sólo le preocupaba sobreexcitar en lo más hondo
de ella el deseo de poderío y el odio. Esta propaganda no designa unos
objetivos concretos: se vierte en forma de gritos de guerra, de imprecaciones,
de amenazas y de vagas profecías, y si hay que hacer promesas, éstas son tan
insensatas que sólo pueden llevar al ser humano a un nivel de exaltación en el
que éste contesta sin reflexionar".
Otra regla es la de no hablar nunca en
condicional. "Sólo la afirmación indicativa o imperativa nutre la psicosis
de poderío y la psicosis de terror entre los enemigos. ("Mein Kampf
"). Por otro lado, Hitler le asignaba a la unidad de mando el éxito de
cualquier propaganda política, ya que, según él, "el fuerte es más fuerte
cuando se queda solo". Constantemente en sus discursos se repetía que los
nazis eran los vencedores -o que vencerían-, para "provocar la fuerza de
sugestión que procede de la confianza en uno mismo". Este precepto está
estrechamente ligado a otra característica de la propaganda hitleriana: el
empleo de la mentira.
Lo que Hitler comprendió a la perfección
-sin conocer la teoría de los reflejos condicionados- en lo que refiere a las
condiciones del éxito de su propaganda, fue la regla de su repetición. Dice al
respecto: "todo el genio desplegado en la organización de una propaganda
no lograría éxito alguno si no se tuviera en cuenta, siempre con el mismo
rigor, un principio fundamental: debe limitarse a un número reducido de objetos
y repetirlos constantemente. La perseverancia es la primera y más importante
condición del éxito". Por esta razón machacaba sin cesar en las masas sus
slogans o "divisas-microbio", sus símbolos sonoros y escritos.
Goebbels y sus estrategias propagandísticas
Joseph Goebbels -quien paradójicamente
había sido criado en una casa de tradición judía al igual que su mujer, Magda-
fue quizás el único verdadero intelectual de los altos mandos nazis. A cargo
del Ministerio de Propaganda, se convirtió en el principal aliado de Adolf
Hitler en su tarea de obnubilar a las masas mediante tácticas maquiavélicas de
manipulación de información y control absoluto sobre prensa gráfica, radio, cine,
arte, literatura e incluso teatro.
La información acerca de los alemanes era
obtenida mayormente de la Sicherheist-Dienst (SD) de la policía secreta.
Además, Goebbels dependía de sus propias Oficinas de Propaganda del Reich, de
funcionarios alemanes y de contactos con civiles o soldados. Los datos sobre
países aliados, neutrales o enemigos eran recopilados a partir de espías,
conversaciones telefónicas interceptadas e interrogatorios de prisioneros.
En la línea del centralismo de poder nazi,
Goebbels concentraba en su figura la mayor cantidad de funciones posibles
dentro de su Ministerio. Esto llevó a roces con titulares de otras carteras (el
Ministerio de Asuntos Extranjeros incluso el Ejército).
Un asunto muy importante en estos
menesteres era el de la credibilidad: sólo ésta debía determinar si los
materiales de la propaganda habrían de ser ciertos o falsos. Para Goebbels lo
importante era lo expeditivo y no lo moral. Para mantener la credibilidad, sin
embargo, la verdad debía ser utilizada con la mayor frecuencia posible. Por
ende, las mentiras eran útiles cuando no podían ser desmentidas.
No se tenía el menor escrúpulo respecto del
uso de la censura. "La política de las noticias -aseveró Goebbels- es un
arma de guerra; su propósito es el de hacer la guerra y no el de dar
información". La política habitual consistía en suprimir materiales
considerados indeseables para el público alemán para luego usarlos como
propaganda en el exterior si eran apropiados. Por ejemplo, las historias
referentes a un supuesto canibalismo de los rusos eran difundidas en países
extranjeros, pero no en Alemania para no aterrorizar a los familiares de los
soldados.
Un elemento manejado con maestría por parte
de Goebbels era la llamada "propaganda negra". Se denominaba así a
aquel material cuya fuente quedaba oculta para la audiencia. Se presumía que el
hecho de desperdigar rumores para que actuaran por sí solos como propaganda
tendría más posibilidades de ser creído si las autoridades alemanas no estaban
relacionadas con él. También se utilizaban medidas negras para combatir rumores
indeseables dentro del Reich, ya que una desmentida oficial, según Goebbels, no
haría más que reforzarlos.
Otra metodología significativa era
etiquetar los acontecimientos y las personas con frases y consignas distintas
pero fácilmente retenibles. La tarea de Goebbels consistía en vincular los
sucesos con los cliché verbales que iban a adquirir un especial significado.
Estas denominaciones debían ser utilizadas una y otra vez, pero sólo en las
situaciones apropiadas. "Prohíbo utilizar la palabra Führer en la prensa
-dijo Goebbels- cuando es aplicada a Quinsling, pues no considero justo que se
aplique el término Führer a ninguna otra persona que no sea el propio
Führer".
Otro de los principios propagandísticos de
Goebbels cuya comprensión ayuda a explicar el fenómeno de persecución y
exterminio de minorías (judíos, gitanos) era el que rezaba que "la
propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión, especificando los
objetivos para el odio". En general, la táctica era desplazar la
agresividad alemana hacia algún grupo marginal como los antes citados.
Por último, el propio Goebbels reconocía
seis situaciones en las que la propaganda era impotente o tenía muy escaso
margen de acción:
·
Impulso
básico sexual
·
Impulso
básico del hambre
·
Intentos
de aumentar la producción industrial
·
Alteración
de impulsos religiosos
·
Ataques
aéreos enemigos
·
Situación
militar desfavorable
Fue ante estos acontecimientos
-principalmente los dos últimos-, generalizados a lo largo del territorio
alemán a partir de 1943, que el régimen nazi comenzó a desmoronarse hasta la
capitulación a principios de 1945. Posteriormente, como es sabido, se
suicidaron Adolf Hitler, Heinrich Himmler (a cargo de la consolidación de las
Schutzsaffel, conocidas como SS, la GESTAPO y la red de campos de
concentración) y Joseph Goebbels, quien junto con su esposa envenenó a sus
hijos para posteriormente quitarse su propia vida..
Notas finales
A grosso modo, la propaganda hitleriana
esta caracterizada principalmente por tres elementos:
1. Renuncia a las consideraciones morales.
2. Apelación a la emotividad de las masas.
3. Empleo de reglas racionales para la
formación de reflejos condicionados conformistas en las masas.
Es imprescindible el análisis a fondo de la
propaganda fascista y su impacto en las masas para así comprender cómo las
masas fueron engañadas, desorientadas y sumidas a influencias psicológicas.
En Alemania, tanto Hitler y Goebbels, las
dos personalidades más notorias del movimiento nazi, como sus adláteres (entre
los que se destacan Hermann Göering, quien sólo estaba detrás del Führer en la
cadena de mando; Hjalmar Schacht, quien manejaba el Reichsbank y la cartera de
Economía; Baldur von Schirach, líder del movimiento juvenil nazi; Ernst Roehm,
quien formó las Sturmabteilung o SA y fue asesinado durante la llamada
"Noche de los Cuchillos Largos" en 1934) son los referentes
ineludibles de este fenómeno. Mussolini, por su parte, sólo contaba con un
Ciano a su disposición para estos fines, pero fue el inspirador de muchas de
las técnicas adoptadas por Hitler durante su estadía en el poder.
Quizás una de las dinámicas inherentes a
las técnicas propagandísticas, el bluff en todo momento y lugar, haya sido uno
de los factores que contribuyó al derrumbe de esta parafernalia -y luego del
propio régimen- al volverse contraproducente en momentos de reveses bélicos e
incertidumbre en la población civil.
Bibliografía consultada:
1.
Leich,
W., Psicología de masas del fascismo.
2.
Lowe,
Norman, Guía ilustrada de la historia moderna.
3.
Doob,
Leonard W., Goebbels y sus principios propagandísticos.
4.
Tchakhotine,
Serge, El secreto del éxito de Hitler.
5.
Toland,
J., Adolf Hitler.
6.
Bramstedt,
E., Goebbels and the National Socialist Propaganda.
7.
Overy,
R. J., Goering, The Iron Man.
8.
Schwarzwaller,
W., Rudolf Hess
9.
Breitman,
Richard, The architect of the genocide: Himmler and the final solution.
Trabajo realizado por: Federico Ruiz
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